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domingo, noviembre 24, 2024

¿QUE HAREMOS?

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Hechos 2:37 “Al oír esto, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: Hermanos, ¿qué haremos?”

No hay un consenso entre nosotros los pastores sobre lo que debe hacer la gente que llega a nuestras congregaciones y escucha el mensaje de la Palabra y luego son compungidos por el Señor para que abran su corazón y Èl haga su Labor salvadora y restauradora.

No hay consenso digo, porque cada uno tiene su paradigma que ha copiado o aprendido en su lugar de enseñanza teológica. Nos hemos alejado de lo que dijeron los apóstoles del principio. O es que no hemos leído el libro de los Hechos o nos hemos desviado de la enseñanza que la Palabra nos da.

Y es que lamentablemente, cuando se trata de llevar agua a nuestro molino no escatimamos nada con tal de agregar un número a nuestra membresía.

No importa tanto quien se salve sino quien forme parte de nuestras listas. No importa què suceda más adelante. Lo importante es ganar personas para dos fines: que llenen el espacio vacío de esa silla que significa algo, y que se inscriba en una de las clases de estudios teológicos como alumno de nuestro instituto para llenar la meta de estudiantes que se necesitan para cubrir los costos.

Triste pero cierto.

Al recién convertido no se le enseñan los sencillos pero difíciles pasos que debe dar después de hacer su profesión de fe. No se le enseña lo básico que debe conocer para empezar a cambiar de vida. Sencillamente se le pone a un diácono que lo lleve a un cuartito para llenar una tarjeta de membresía y que “ahora usted pertenece a nuestra denominación, busque el mejor lugar que le guste para sentarse, espere un poco de tiempo para empezar a servir en alguna área de nuestra Iglesia y punto”.

¿Què hay detrás de cada uno de nosotros cuando nos convertimos al Señor? ¿Què bagaje llevamos a cuestas cuando nos hacemos miembros de una congregación y ni cuenta se da el pastor o el líder a cargo de los recién convertidos, si es que hay? Llevamos un bagaje de traumas, dolores escondidos, pecados ocultos, adulterios, fornicaciones, abortos, pornografìa y muchas cosas más que fuimos recogiendo en el caminar por el mundo. ¿Que se hace con todo eso, si no se le enseña al recién convertido què debe hacer?  En mis estudios sobre la personalidad humana he aprendido que el ser humano es muy bueno para esconder sus paradigmas más íntimos. En el devenir del tiempo que pasamos en relación con otras personas de nuestro medio ambiente, imitamos conductas, formas de vida, pecados y otras cosas que cuando llegamos a la Iglesia las escondemos muy bien. Eso se llama “código de conducta”. Cada uno de nosotros hemos adquirido un código de conducta que según lo veamos, es nuestro protocolo personal para relacionarnos con los demás.

De manera que cuando empezamos a vivir en sociedad ya vamos formados por nuestro código personal. Si alguien me golpea le devuelvo el golpe. Si alguien me abusa, busco venganza. Si alguien me debe algo y no me quiere pagar lo meto a la càrcel. Si una mujer me gusta la tomo y què. Nadie tiene por què decirme como debo vivir. Tengo mi propio código que dicta mi conducta. Si mi esposa se me rebela, lo arreglo con un par de patadas y listo. Si el esposo no cumple su deber, pues la dama se busca alguien que lo haga aunque ella pague el motel.  Si a la nena le gusta ese melenudo y con eso ella es feliz, pues que lo tenga. ¿Que de malo tiene que la nena o el nene se enamoren de alguien? O, como se estila hoy, si al nene le gusta ese chico pues que sea su pareja y punto.

Pero resulta que se convierte al Señor y como no hace la famosa pregunta de Hechos, “¿què haremos?” no hay nadie que le diga que ahora tiene que cambiar de código. Que ahora no manda èl, ahora manda Jesus y Èl dice: “muy bien, hijo, ahora quiero que me entregues tu protocolo y yo te entregaré el mío”.  En el código de Jesus encontrará todo lo contrario que hasta ayer vivía. Si te dan en una mejilla pon la otra. Si alguien te debe algo no se lo cobres. Si te piden la camisa entrega también la capa. Si te ordenan llevar algo una milla, llévala dos. Maldito el hombre que se hecha con varón como con mujer. No descubrirás la desnudez de tu hija, si tu esposa no se sujeta a ti como cabeza del hogar, averigua por què, y muchas cosas más.

Pero no. No sucede eso. Se deja a los que aceptan al Señor como su Señor (eso dicen ellos), pero nunca se les enseña que ese Señor es exigente con los que han puesto su mano en el arado. Y entonces tenemos el problema que la Iglesia enfrenta ante los incrédulos: No creen que haya un cambio de conducta porque siguen siendo los mismos. Los hombres siguen divorciándose de sus esposas cuando el Señor dice que Èl repudia el divorcio. Los hombres siguen adulterando, fornicando, viendo pornografìa, masturbándose, golpeando a sus esposas, emborrachándose y para què seguir. Las mujeres siguen siendo matriarcas. Las hijas se siguen enamorando de incrédulos cuando el Señor dice que no lo hagan, y los jóvenes se siguen convirtiendo en homosexuales.

Eso es lo que ven afuera de las cuatro paredes de la Iglesia pastores amados. Los vecinos no ven al que se convirtió en evangélico el domingo pasado. Ellos siguen viendo al mismo abusador de siempre. Al mismo malhablado, patàn y abusivo que ya conocen. Siguen escuchando los gritos de la mamá colérica y violenta de siempre. Siguen viendo a la muchacha de siempre, llegando tarde a su casa con amigos que solo ella y sus padres pueden soportar. Siguen viendo al joven que jugaba en el pasaje y ahora llega con su novio a altas horas de la madrugada.

Y el trabajo de la Iglesia es ese precisamente. Restaurar la vida de los convertidos. Que cambien de código. No solo que lo lean pero que también lo vivan. La respuesta entonces a la pregunta: “¿Què haremos?” debe ser esa. Enseñarles, como dijo Jesus, todas las cosas que Èl enseñò. Y su mejor y más brillante enseñanza esta en Mateo cinco. El famoso sermón del monte. De otra manera el evangelio de Cristo seguirá siendo empañado por nosotros mismos. O enseñen lo que enseñò Pablo en sus cartas. “El que antes robaba, ya no robe”, y no que robe poquito.

¿Què haremos? Apréndanse los coritos, ofrenden, den clases en la Escuela Dominical, cuiden carros en el parqueo de la iglesia, compre su camisa y su corbata y sirva, damas,  vayan a las cocinas de la Iglesia a preparar comidas para “vendimias pro-templo” ¿Fue esa la respuesta de los apóstoles en Hechos? No. Arrepiéntanse. Dejen la vieja vida. Dejen sus viejas costumbres. Dejen sus vicios. Dejen sus distracciones dominicales. Dejen de gritar. Dejen, dejen, dejen…

¿Què haremos nosotros, los pastores cuando Cristo venga por su esposa y por culpa nuestra la encuentre arrugada, manchada y sucia?

 

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