Gèn. 28:10-12 “Y salió Jacob de Beersheba, y fue para Harán. Y llegó a cierto lugar y pasó la noche allí, porque el sol se había puesto; tomó una de las piedras del lugar, la puso de cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño, y he aquí, había una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo superior alcanzaba hasta el cielo;”
En algún punto de su camino hacia la aventura en que Jacob irá a cumplir su destino después de huir de su casa paterna, llega a un lugar en donde todo está solitario, seco y sin atractivo. Llega la noche y toma una piedra que es lo único que tiene a mano para reposar su cabeza y dormir.
En su sueño, Jacob ve una escalera que está apoyada en tierra y el otro lado está apoyado en el cielo. Ve ángeles que bajan y suben… No voy a tocar a fondo este detalle. Lo dejaré para después.
Hoy quiero enfocarme en la escalera de Jacob. Todos sabemos que en algún momento de nuestro caminar matrimonial encontraremos esas cosas de la vida, esos túneles que oscurecen nuestra visiòn por la negrura que nos rodea cuando la crisis toca la puerta de nuestros hogares y que es algo terrible. Un divorcio. Un embarazo no deseado. Desempleo. Un cambio de casa a otro barrio. Un hijo que se enferma en la madrugada y la billetera esta vacía. Un diagnóstico médico que amenaza la tranquilidad del hogar. O sencillamente un desacuerdo de esos que duran días en medio de nosotros. Túneles negros que nos roban la paz y la seguridad que antes disfrutábamos…
La escalera de Jacob nos enseña que ambas perspectivas son reales. La parte que está sobre la tierra es real. No nos podemos engañar creyendo que no existe el problema. Sì existe. Esta allí. La crisis llegó, incluso, para quedarse por mucho tiempo. Pero existe otra perspectiva: la celestial. Una cosa es como vemos las dificultades desde nuestro terreno y otra como las vemos desde arriba. Ambas son importantes. Ambas nos van a ayudar a entender esos vientos huracanados que a veces nos golpean el espíritu y nos desarman la fe.
La perspectiva desde abajo nos va a ayudar a poner los pies sobre la tierra. Nos va a ayudar a comprender que estamos confrontando una tormenta real, que el dolor y la desesperación que enfrentamos no es ficticia, es auténtica, no es imaginaria, es real, es algo que duele en lo profundo del alma. Lacera la fe y nos introduce en un ambiente de desesperación, incredulidad y depresión. Es una tormenta que nos engulle y que debemos tomar medidas necesarias para buscar una solución. Es cuando el mismo cuerpo reacciona a esa presión que amenaza nuestra existencia. Nuestra alfombra de comodidad se mueve y nos quedamos sin donde apoyar nuestras almas. Nos sentimos en el borde del abismo y abajo solo hay rocas que amenazan con despedazarnos.
La perspectiva desde arriba nos va a ayudar a confrontar esas tormentas de la manera adecuada, sacando provecho de ellas y nos va a ayudar a pasar del otro lado del túnel oscuro para salir victoriosos, vencedores y fortalecidos en nuestro ser interior. Se dice que las tormentas son las que fortalecen las palmeras. Llegan a doblarse pero no se quiebran. Las tormentas sirven muchas veces para fortalecer nuestra fe, nuestro carácter, nuestra visiòn de la vida.
Es como volar en un avión a altas alturas: hay momentos en que el capitán nos permite desabrocharnos el cinturón de seguridad y podemos levantarnos de nuestro asiento, pedir un café o platicar con alguien. Todo está en calma. Hay vientos suaves, el cielo está limpio de nubes y el sol es una caricia para la vista. Pero hay momentos en que el piloto interrumpe nuestra tranquilidad porque ve en el radar una tormenta que se avecina contra la nave y enciende las luces de emergencia, ordena que nos volvamos a sentar, que nos apretemos el cinturón de seguridad porque pasaremos en medio de una crisis de vientos cruzados, habrá turbulencia y no nos queda otra que atravesarla. Incluso hay tormentas que no se ven a lo lejos. Y de pronto la nave es sacudida por vientos que no detectan los radares. El avión tiembla. El viaje se pone peligroso y la vida de los viajeros entra en crisis. Los nervios se alteran y el pánico llega.
Visto así, toda vida humana es como un avión que viaja por la historia particular de cada uno de nosotros. Hay tiempos de paz y tiempos de guerra. Tiempos de tranquilidad y tiempos de turbulencia. Tiempos en que todas las cosas parece que salen bien y tiempos en que todo sale mal. Nuestro tren se descarrila y se sale de la vìa…
¿Cómo enfrentar estas situaciones?
Aquí es donde entra la escalera de Jacob. Podemos ver las cosas desde una perspectiva terrenal o celestial. Si vemos las cosas desde una óptica terrenal nunca vamos a encontrar respuestas que satisfagan nuestra necesidad de ellas. Sabemos que el hombre quiere respuesta a todo. Todo tiene que tener una explicación. Todo tiene que tener una razón. Y es cierto. Hay una ley en la Ley de Dios: Todo lo que el hombre siembre eso segará. La ley de Causa y Efecto…
Esto duele…
Duele, porque se nos aplica a nosotros los que estamos al pie de la escalera. Los que estamos con los pies en la tierra y nos damos cuenta que algo hemos hecho para que las cosas marchen tormentosamente. O hicimos o dejamos de hacer. Para las tormentas que nos llegan es lo mismo. Debemos ser sinceros y francos con nosotros mismos para darnos respuestas lógicas: ¿Què dejé de hacer para que mi esposa se enfriara en nuestra relación? ¿Què necesidad dejé de llenar en ella para que buscara saciarla en otros brazos? ¿Què palabras dejé de decirle para que las buscara en otros labios? ¿Què dejé de darle a mi esposo para que lo buscara en otra mujer? ¿Què vacíos dejé en mi pareja para que se fuera de mi lado en busca de llenarlas? ¿Què heridas he inflingido en su corazón para que buscara sanarlas en otra cama…? ¿Què he dejado de cumplir para que el Fiel y Verdadero Dios ya no nos mire con su Bondad prometida? ¿Por què este año hemos estado sobreviviendo con lo mínimo, cuando Dios promete darnos abundantemente?
Estar al pie de la escalera es ver la crueldad no de la vida sino de nuestro corazón. Es saber que no somos perfectos, que no somos cumplidores de la Palabra como se nos pide sino que simplemente hemos sido oidores. Esa es la verdad que necesitamos conocer.
Sin embargo, subir a lo alto de la escalera, ver las cosas desde una perspectiva celestial es diferente. Es ahí en donde encontraremos la paz que nuestra alma necesita. Es ahí en donde el Espíritu Santo nos consuela y nos dice que vendrán tiempos mejores. Que Dios es Misericordioso y que todo aquel que confiesa sus pecados y se aparta alcanzará la solución que tanto necesita. La parte superior de la escalera nos habla que existe un Dios Omnipresente. Omnivalente. Omnipotente. Omnisapiente. Tenemos un Dios tan Grande que no hay forma que ninguna tormenta pueda opacarlo ni vencerlo.
Pero tenemos que hacer eso precisamente: Subir a lo alto. Rendir nuestro corazón y nuestras emociones y poner nuestras debilidades en Sus Manos y dejar que Èl haga lo que le toca. Nosotros subamos y Èl nos dará el descanso a nuestras atormentadas vidas.
Así de simple…