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sábado, abril 20, 2024

Dos pastores, ¿De qué lado estoy…?

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1 Salmo 9:3 “Y las asnas de Cis, padre de Saúl, se habían perdido, por lo cual dijo Cis a su hijo Saúl: Toma ahora contigo uno de los criados, levántate, y ve en busca de las asnas”

1 Salmo 16:11 “Y Samuel dijo a Isaí: ¿Son éestos todos tus hijos? Y él respondió: Aún queda el menor, que está apacentando las ovejas.”

Muchas veces es difícil discernir cuando cruzamos la línea roja.  Los pastores somos tentados a abusar de nuestra autoridad. Tanto en la Iglesia, el ministerio o en el hogar. Todo depende de cómo fuimos enseñados. O como fuimos formados.

No es un secreto que todos hemos sido formados por algún mentor. Alguien que ocupó un lugar de autoridad en nuestros comienzos y no solo fuimos engendrados en Cristo sino también fuimos influenciados por sus estilos de enseñanza, predicación o verborrea.

Es por eso que los evangélicos no somos muy comprendidos. Por la diversidad de estilos, costumbres o formas de presentar el mensaje de Jesucristo.

Y es que en la religión oficial todos hablan igual. Calladito. Con modales suaves. Quietos. Inmóviles y otras cosas. En cambio con nosotros los cristianos todos somos diferentes. Hacemos ademanes, nos movemos, nos reímos, algunos golpean el púlpito, otros gritan, hacen gestos y hasta insultan.

Eso es lo que hace que no nos comprendan.

Pero hay otro motivo por el que no nos entienden y es la forma en que pastoreamos al rebaño del Señor. Pero antes de seguir, tenemos que poner las cartas sobre la mesa y tener en cuenta que estamos hablando de las ovejas del Señor. Son las que encargó a través de Pedro que fueran pastoreadas. Jesús habló de ovejas, seres tiernos, necesitados de amor, cuidado, disciplina y sobre todo respeto.

Pastorear ovejas no es fácil. Todos los pastores lo saben. Requiere una buena dosis de paciencia, sabiduría y conocimiento de la personalidad para poder llevar un rebaño de corderos hasta convertirlos en ovejas. Eso es lo que el Señor nos encarga.

Pero el título de mi escrito necesita una explicación. ¿Por qué dos citas de dos reyes diferentes? ¿En donde reside la diferencia entre estos dos pastores que llegaron a ser líderes del mismo pueblo?

Los mismos textos lo explican: Saúl pastoreaba asnas. Burros pues. Animales de carga. Animales tercos que a veces solo a palos entienden. Aunque hay algunos que son muy inteligentes y mansos como el que utiliza Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén, la mayoría de las veces ser burro tiene sus connotaciones negativas.

Y hay pastores al estilo de Saúl. Pastorean con palabras bruscas. A palos. Golpean el alma de los miembros que se sientan en sus congregaciones esperando un poco de bálsamo en su mensaje pero solo reciben condenación, golpes a su dignidad, palos a su autoestima. Insultos y hasta malas palabras. Como Saúl, esperan que se les rinda pleitesía. Infunden miedo y no respeto. Gritan en vez de consolar. Asustan en lugar de confraternizar. Carecen de empatía. Se esconden en sus oficinas luego del mensaje y no se dejan ver por el rebaño que los espera al final del culto para una oración.

No pastorean ovejas sino asnas. Las convierten en animales de carga. Siempre les están poniendo pesos sobre sus hombros con su legalísmo. Con sus exigencias que ni ellos pueden cumplir. Son los émulos de Saúl. Les gusta que tiemblen cuando llegan a “su” iglesia y exigen que les atiendan como si fuera su propio harén. Además de todo esto, no están solos. Se rodean de otros “siervos” que los ayuden a encontrar más asnas para aumentar su caudal…

Bueno, eso fue lo que le dijo al pueblo de Israel el profeta Samuel cuando pidieron rey… Y eso fue lo que hizo el hijo de Cis…

Lo doloroso de esto es saber que en la mayoría de los casos, estos pastores extienden su ministerio a su hogar. Entonces, ya nos podemos imaginar cómo pastorean a su familia. Como deben sufrir su esposa y sus hijos con un pastor acostumbrado a poner apodos, nombres abusivos, exigir lo que no saben dar. Están tan acostumbrados a tratar como asnas al rebaño del Señor que hacen lo mismo con su rebaño particular que es su familia. No es raro que muchos de esos hijos prefieran estar en la calle y no en la Iglesia.

Pero hay otra clase de pastores. Y es el modelo de David. David es el paradigma que muchos otros buscan realizar. David no solo pastoreaba, también apacentaba. Y si mal no recuerdo, eso fue lo que Jesús le pidió a Pedro: “Apacienta…”  Este verbo es la diferencia entre estos dos pastores. Uno cuidaba asnas. El otro apacentaba ovejas.

Y todos sabemos el carácter de David. Destilaba ternura, protección, buscaba el mejor alimento para las ovejas que cuidaba, las defendía de los depredadores del campo, invertía tiempo y esfuerzo en que ninguna se le perdiera. Las conocía por su nombre y no por su apodo. Usaba un lenguaje correcto. Y, como escribió en su salmo, ungía las cabezas de sus ovejas para que el aceite les protegiera de arañas y parásitos que dañaran sus ojos y narices.

También podemos ver a David pastoreando a sus hijos. ¡Cómo derramó su corazón con la muerte de Absalón a pesar de su traición! ¡Cómo lloró con la muerte del mismo Saúl y su hijo Jonatan! Es cierto, falló en muchas otras cosas, pero podemos ver a este tierno pastor exigiendo a Palti que le devolviera a su esposa Mical que le había ayudado a huir de su padre Saúl. En David vemos detalles de ternura, respeto y reciprocidad hacia las personas que le fueron fieles además de los que le fueron infieles.

Dos hombres totalmente opuestos. Uno antípoda del otro. Saúl pastoreaba con ayudantes. David pastoreaba con la compañía de Dios y su lira. Solo él y su lira con la que componía sus cantos a Dios. Aprovechaba la quietud del prado para entonar sus elegías al Creador que le daba la fuerza y sabiduría para cuidar las ovejas de Isaí.

Dos pastores. Dos ejemplos. Dos realidades. Nos toca a nosotros saber de qué lado de la balanza queremos estar.

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