Muchos acusan a viva voz o por lo menos a través del pensamiento que los cristianos somos una suerte de atrasados retrogradas del tiempo. Algunos piensan y de forma genuina y honesta que en esta época solo puede ser cristiana una especie de persona desfasada, irreflexiva, intolerante y muy poco inteligente, y aunque tal razonamiento es tan inadmisible como falaz, cierto es que somos culpables que crean así.
Porque es verdad que todavía la mayoría de cristianos vivimos de una fe prestada e impresionable, esa que nos “enchina” la piel el domingo en la iglesia pero que no nos alcanza para perdonar el lunes por la mañana. Somos culpables de llamarle unción al dolor que nos provocan nuestras heridas mal sanadas cuando escuchamos aquel corito, culpables de querer doblarle la mano a Dios para conseguir el “milagrito” convirtiéndonos en extorsionistas de la fe.
Culpables somos de no leer, de no saber, de no escuchar, de no aprender, de no dar ejemplo, de no estudiar, de no reflexionar y hasta de no dudar, culpables somos de no practicar el amor y la caridad, de no ser influencia en la academia, en el arte, en la política y ni siquiera en nuestro hogar, culpables de no poder defender nuestras creencias, de no conocer una fe razonable, y de escabullirnos en las áreas grises de la moral sustituyendo la tolerancia por aceptación.
Entonces, no es que los cristianos seamos desfasados retrogradas del tiempo, es que no nos comportamos como tales.