Juan 17:15-16 “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Antes de ser salvos éramos ciudadanos del mundo. Vivíamos bajo su influencia, cultura y dominio. Pablo lo dice magistralmente: éramos esclavos del pecado. Miopes espirituales. Ignorantes de que existe una vida mejor. Arrastrados por la corriente del mundo servíamos al pecado como él nos ordenaba y transitábamos por una vorágine de placeres carnales y pecaminosos a más no poder.
Ahora hemos aceptado el regalo de Dios: Jesucristo y su obra de salvación. Ya somos salvos por Gracia y Misericordia. Ahora debemos saber algo. Debemos aprender a vivir en este mundo luchando por alcanzar la meta del supremo llamamiento en Cristo. Vivir en santidad.
Ahora toca empezar un nuevo caminar. Es una aventura llamada fe. No por vista sino por fe, dijo el Apóstol. Ahora que hemos puesto la mano en el arado nos toca poner los ojos en Cristo y olvidar las cosas pasadas. Un nuevo estilo de vida. Nueva conducta. Nuevo carácter.
Aquí es donde muchos claudican y se vuelven atrás. Reniegan de su confesión o simplemente se disfrazan de salvos o cristianos o evangélicos y siguen viviendo su mismo estilo de vida que tenían antes de llegar a la salvación. No entienden o no les enseñaron que la conversión a la fe en Cristo Jesús conlleva compromisos personales que exigen un alto grado de disciplina, identificación y conocimiento de quién soy ahora. Ignorar esto me puede llevar a la perdición. Ignorar esto me puede causar traumas espirituales y confusión. Me puedo, incluso, volver un apátrida celestial y vivir bajo la línea de la mediocridad. Nada ha cambiado. Sigo siendo el mismo vulgar, malcriado y abusivo de siempre. Todo porque mis mentores no me enseñaron que hay un cambio implícito que el Señor espera de mi vida y mi conducta. No soy salvo para vivir como quiera. Soy salvo para vivir diferente. Y una parte de esto me corresponde hacerlo a mí.
Vivimos en un mundo dual. Vivimos en un mundo de contradicciones. Vivimos en dos calendarios: Esta edad presente y el mundo venidero. El reto es saber movernos en este abanico de alegrías y tristezas que la vida nos presenta. La vida está llena de paradojas y contradicciones. No importa como lo veamos. La vida cristiana no es un camino de rosas. Hay espinas y cardos por todos lados.
Nos movemos en dos direcciones: entre lo material y lo espiritual. Entre lo mortal y lo inmortal. Ser parte de esta vida es saber que no tenemos un solo camino. Nos movemos entre el “deseo” y el “debo”. Por un lado deseo algo, por otro, el deber me impone otra cosa.
Hay una batalla dentro de nosotros entre el “deseo hacer esto” y el “debo hacer esto”. Y en medio de todo este contrapunto de emociones, debemos saber que Dios tiene el control absoluto sobre estas paradojas. Él tiene el control sobre estas emociones que vivimos diariamente.
La Biblia nos enseña cómo luchar cada día para enfrentar las paradojas sin que nos superen sino que siempre estén bajo nuestro control. Cuando conocemos al Dios de la Biblia, descubrimos que en El están escondidos no solo lo oculto sino también nuestras disonancias filosóficas y empíricas, nuestros desequilibrios constantes en contrapunto de emociones que nos llevan a vivir entre lo ordinario y lo extraordinario. Todos nosotros vivimos momentos sin sentido, incluso con fantasías y sueños locos y sueños cuerdos. Planes que a veces desarrollamos o fracasamos en el intento.
Pero la Palabra de Dios nos enseña que Dios nos sostiene en ese zigzag que nos da la vida, en todas sus intenciones de perplejidad y confusión que a veces se nos atraviesan en el camino. Acercarnos al Dios Verdadero nos permite acercarnos a la zarza que no se consume, es decir, entre una realidad que conocemos y una realidad constante que ignoramos.
Nuestra vida es la belleza del contraste, el romance de la contradicción, esa locura del contrapunto que resulta entre lo que vivimos y lo que esperamos, entre lo que queremos y lo que hacemos, entre lo que reímos y lo que lloramos, entre lo que amamos y lo que odiamos a la vez.
Como aquel matrimonio que no logra ponerse de acuerdo en muchas cosas. Él le dice a ella: “no te entiendo, y ella le responde: no me entiendes, pero no puedes vivir sin mí”. Esa es la belleza de la contradicción. La belleza de la zarza que arde y no se consume, es el contraste que vivimos entre lo blanco y lo negro, entre lo incorrecto y lo correcto y saber que en medio de todo esto está el Señor, nuestro Dios, ese Dios que habita en medio de nuestras lágrimas, en medio de nuestras alegrías, en medio de nuestros sueños, anhelos y esperanzas. En medio de nuestros temores. La vida está llena de tensiones, de disonancias y aprender a vivir en medio de todo esto que nosotros mismos provocamos con aquellas decisiones del pasado que aún nos alcanzan sus efectos dolorosos o vergonzosos. Es esa realidad que no podemos evadir, que nos atrapa en sus redes, que son parte de la realidad que no podemos soslayar y pretender, como el avestruz, esconder la cabeza entre las cosas del mundo para pensar que el problema no existe…
Esta vida ordenada por Dios es para encontrarnos con El. Es la realidad de nuestro existir, en esos momentos de bipolaridad entre lo amargo y lo dulce que todos atravesamos para dejar que sea Él quien tome el control de todo, ya que sus tiempos son tiempos de ternura, de gracia, de lino, de caricias para que sepamos que la lucha no es una lucha por la muerte sino por la vida, la vida eterna…
Escribo esto para algún lector que está pasando momentos como estos, donde tiene la sonrisa de sus hijos o tal vez el adiós de alguno de ellos. Donde tiene tal vez la mirada dulce de su cónyuge o el adiós para siempre cuando le dice que ya no quiere vivir con usted. Escribo esto para alguien que está batallando con un vicio escondido que lo subyuga constantemente y no lo deja en paz. O quizá para alguien que está peleando contra el cáncer, o contra ese monstruo escondido en lo secreto de su alma que lo enoja sin tener motivos y que ofende a quienes más ama. O para alguien que anhela encontrar la esperanza de una nueva voz que le arrulle en sus noches de soledad, que necesite el abrazo de un nuevo amigo, o la seguridad de un nuevo empleo. Dios conoce sus dolores. Dios sabe de sus lágrimas secretas. Dios esta con usted cuando llora por las noches y moja su almohada con la angustia de saber que mañana no tiene para el pan, de saber que seguramente su hija no regresó a dormir después del colegio. Dios sabe todo eso y mucho más. Sabe de sus temores, sus inquietudes y sus momentos de terror nocturno. Porque El conoce la vida. Porque Él también caminó por este sendero de dolor y miseria. Y lo hizo para poder entendernos a nosotros, pobres mortales de polvo que pretendemos creer que tenemos derecho a vivir en otra dimensión.
Todo esto nos enseña que Dios está con nosotros en todas estas bipolaridades de la vida, Dios está allí en sagrados encuentros para bendecirnos y levantarnos. Dios esta con usted que lee estas líneas. El sigue siendo Dios aún cuando su vida esté atravesando momentos de disolución y de angustia…
Nuestro Dios nos lleva de la mano mientras caminamos por ese túnel oscuro en busca de la luz al final del mismo. Es posible que usted como yo, estemos pasando momentos difíciles, pero es en esos momentos que podemos descubrir un nuevo sentido del amor no pasional sino como una dimensión más real. Un amor que antes no concebíamos porque no lo conocíamos. Es el regalo más grande que nos han hecho. Nos regalaron a un Hijo que sufrió por nosotros. Lloró por nosotros y se entregó a la muerte de la cruz por nosotros.
Sí, ya somos salvos y ahora nos toca enfrentar los retos de este mundo en que vivimos y demostrar que ya no somos los mismos. Que Alguien ha ingresado en lo profundo de nuestro ser para motivarnos a vivir en otro mundo, el mundo de la fe, el mundo de lo invisible pero visible al mismo tiempo. Es una dualidad que no se entiende a menos que se viva.
Ahora entendemos lo que dijo nuestro Maestro: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”