La iglesia es uno de los sitios a los que en su desesperación se dirigen las víctimas de maltrato familiar para pedir ayuda y consuelo. Razón por la que los pastores deberían poseer una capacitación básica y realista de lo que significa un cuadro de violencia familiar para poder orientar eficazmente a quienes pueden estar en peligro de muerte; sobre todo, porque las víctimas tardan bastante en relatar a alguien lo que sucede en sus hogares.
Las iglesias deben construir redes de apoyo que ofrezcan asistencia profesional, visitas domiciliarias, recursos básicos, un sentimiento de apoyo y pertenencia a quienes están solos y aislados.
Como comunidad redentora la iglesia no solo debería ofrece posibilidades de curación a las víctimas sino también a los autores de violencia, que con frecuencia son igualmente víctimas. El compromiso cristiano con la denuncia del abuso de poder sobre los más vulnerables en el hogar se basa en el conocimiento de un Dios comprometido en el mismo sentido. De esa manera, el acompañamiento en la búsqueda de la justicia producirá un doble movimiento hacia Dios y hacia el contexto.