Hechos 3:2 “Y había un hombre, cojo desde su nacimiento, al que llevaban y ponían diariamente a la puerta del templo llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban al templo”
En mis años juveniles fui miembro activo de mi parroquia allá en Guatemala. Fui educado bajo los principios de la Iglesia oficial porque mis padres nos ordenaban a mí y mis hermanos cada Domingo asistir a misa y dedicarle ese dìa al Señor en el que ellos creían. Eran devotos de su religión y su obligación era enseñarnos esos caminos. Bueno o malo, así eran las cosas por aquellos tiempos.
Algo que siempre notaba antes de entrar al templo era que en la entrada principal siempre había dos personas infaltables: la anciana que vendía veladoras y candelas de todos colores y tamaños y en el otro lado un mendigo que siempre estaba allí para pedir limosna. Eran los dos personajes que llamaban mi atención siempre que iba a cumplir mis deberes religiosos.
Años después, cuando ya acepté el plan de Salvación de Jesucristo, me encontré con la historia del mendigo que cuenta el Libro de Hechos. Y no pude dejar de pensar en mi experiencia de aquellos años. Conocí de primera mano ese caso y por eso creo conocer el trasfondo del cojo de nuestra historia.
Todos los que pasaban por esa puerta de mi parroquia hacían lo mismo que en los tiempos de los apóstoles. Veían al mendigo y con cara compungida como quien hace un gran milagro, dejaban caer unas monedas en el plato del hombre. En aquel lugar era normal verlo. Pero hoy, bajo la óptica del Evangelio de Jesucristo, es diferente. Hoy no puedo seguir viendo como cosa normal a un cojo que llevan desde la mañana de los domingos a la puerta del templo para que pida unos centavos para subsistir. Hoy ya no me parece muy “religioso”. Mi paradigma ha cambiado porque ha cambiado mi perspectiva de lo que debe ser un verdadero Templo en donde se adora a Dios.
Lógicamente los templos evangélicos no son como las catedrales de mi juventud. No tienen una puerta llamada “La Hermosa” para poner allí a los limosneros de dinero. No. Nuestros centros de culto son ahora megaiglesias o pequeños edificios en donde ya no se notan los mendigos que llevan a las puertas. Además ya no se usan nombres para las puertas. Han cambiado las cosas, las estructuras y la arquitectura. Ahora ya no se ven templos con motivos góticos ni romanos o griegos. Incluso hay iglesias que no parecen eso sino simples casas “de oración”. Ya no vemos mendigos en las puertas, es cierto. Ahora los mendigos están después de las puertas.
Ahora los mendigos están sentados en las sillas de las iglesias. Son esos jóvenes que están mendigando un poco de atención, un poquito de calor humano, unas cuantas monedas de amor y ternura porque en sus casas no encuentran lo que necesitan. Por eso van a las iglesias, en busca de subsanar sus necesidades espirituales y emocionales. Andan mendigando un abrazo de alguien que les haga sentir que están vivos. Que existen. Que tienen un nombre y que sirven para algo más que solo respirar. Ellos ya no quieren más rock, ni rap ni artistas. Quieren algo más que eso. Quieren conocer a Jesus. Quieren saber si hay algo más que solo ser fantasmas vivos.
Los mendigos de hoy están dentro de los templos esperando que alguien les diga que se ven bien, que son bienvenidos a su reunión, que aunque no sean de la misma clase social que los demás, también tienen un valor delante de los Ojos de Dios. Son esas mujeres que son golpeadas por sus esposos y las desprecian con palabras soeces e insultos a su dignidad. Que las usan para satisfacer sus bajos instintos y después los ven “en su ministerio” fingiendo como buenos artistas que son fieles sacerdotes del Dios Vivo. Hipocresía a su máxima expresión.
Los mendigos de hoy son esas señoritas vulnerables a la sola mención de la palabra “amor”. Porque tienen un plato vacío que es su corazón el cual desean llenar con un poco de ternura y respeto ya que en su familia no encuentran esa muestra de calor humano que tanto necesitan.
Así están los mendigos de hoy. Y nosotros, los que asistimos a esos templos ni cuenta nos damos de tanto dolor escondido. De tanta ansiedad que quema el alma de esas personas. No los vemos a los ojos por temor a vernos retratados en esas pupilas que imploran un poquito de respeto y atención. Porque muchos de nosotros que predicamos también estamos mendigando un poco de calor. Mendigando una mano amiga que no nos traicione. Una mano que nos levante cuando caemos. Una mano que nos dé un poco de fuerzas y energía para seguir en el Camino.
Muchos pastores están en los templos como el mendigo de la Puerta, esperando que alguien vea en sus ojos la profunda tristeza de no tener para pagar los recibos de su casa, el colegio de sus hijos y la operación urgente de su esposa. Muchas siervas del Señor están en los templos con sus ojos llorosos porque no tienen para el pan de mañana para sus hijos y nadie les ve esos ojos que imploran un poquito de atención. Todos están ocupados viendo las páginas de la Biblia sin leer lo que dice en ellas.
Por eso impacta mi vida leer lo que dijo Pedro: “¡Míranos!. Déjanos ver en tus ojos tu verdadera necesidad. Permítenos ver dentro de ti cual es tu verdadero dolor. Abrenos la ventana de tu alma a través de tus ojos y déjanos ver la profundidad de tu angustia. Queremos ver què temor se esconde dentro de tu corazón. Queremos saber què podemos hacer por ti realmente. Permítenos entrar en tu interior y conocer què profundo dolor se esconde detrás de ese maquillaje. Dentro de ese traje dominguero. Detrás de esa sonrisa fingida. Que angustia se esconde detrás de ese perfume que lo disfraza. ¡Míranos! y permite que veamos cuántas lágrimas escondes de los demás…” Eso es lo que dice Jesus. Permitamos que Èl vea nuestro interior y sane nuestras angustias y necesidades. Y después de eso saltaremos y danzaremos delante de Su Presencia. Aunque no le guste al pastor, a los ancianos o a los diáconos. Porque serà lo que Jesus hará.
Excelente
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