Gènesis 4:10 “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.”
Una lectura simple de esta historia nos dice sobre la conducta pecaminosa de Caín con respecto a su hermano Abel. Dios ha aceptado el sacrificio del hermano menor por sobre el del hermano mayor. Eso, por supuesto no le gustó a Caín. Se encolerizó, perdió el control y lo mató. Así de corta es la historia. Pero una metalectura del texto nos puede enseñar muchas cosas.
¿Qué es eso de que “la voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”? ¿Qué significado tiene para nosotros hoy en día? Dando por sentado que la Palabra de Dios es eterna, tiene que tener escondido algún misterio para enseñarnos algo. Y aquí me permito compartir con ustedes los que leen este espacio algo que quizá les vaya a hacer estremecer no solo de sorpresa, quizás de dolor o vergüenza. Depende de cómo estemos tratando a nuestros hermanos.
Veamos:
Caín ha matado a Abel. En el momento que Dios lo busca para interpelarlo sobre su acción, Caín está muy tranquilo haciendo como si nada hubiera pasado. Nadie ha visto nada, nadie ha escuchado ningún grito de solicitud de auxilio, no hay rastros de sangre por ningún lado y aparentemente su crimen ha pasado desapercibido. Como el pecado de David. Nadie sabe nada. Excepto que Dios sí conoce nuestros más íntimos secretos. No importa dónde nos escondamos o a donde nos vayamos -dijo el salmista-, Él siempre sabe dónde estamos.
Así que allí tenemos al Señor de los Cielos preguntando a Caín por su hermano. Este se pone insolente y malcriado con Dios. Le devuelve la pregunta en forma maleducada y Dios, con su infinita paciencia va penetrando en el alma del lobo disfrazado de oveja.
Y le suelta la famosa frase: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mi…” Traducido: Caín, ¿en dónde está tu hermano? Su clamor ha llegado a mis oídos y tú estás como si nada. Tu hermano tiene frío y tú no haces nada por cubrirlo. Tu hermano tiene hambre y tú estás indiferente a su necesidad. Tu hermana tiene dolor y tú no has hecho nada para consolarla. Tu madre está sufriendo soledad y tú no te has ocupado de ella. Tu padre está enfermo y tú no respondes a su necesidad… Tu pastor está pasando necesidades y tú estás muy tranquilito con tu billetera llena y no lo ayudas.
Lógicamente, ante estas preguntas, Caín se pone al igual que muchos de nosotros, a la defensiva: ¿Soy acaso guardián de mi hermano? ¿Acaso soy responsable de mi padre, o de mi madre, o de mi pastor, o de mi vecino, o de aquel que me cae mal? ¿Qué respondería el Dios de amor que nos ha salvado? ¡Claro que sí, muchacho! Por eso te puse con él. Por eso te congregas en ese lugar. Por eso vives en esa casa. Por eso vienes de esa madre. Por eso vives en esa cuadra, por eso vives en este país…
Aún nos falta mucho para poder comprender la Mente de nuestro Creador. Pero si vamos escudriñando poco a poco, un día tras otro las Escrituras, podemos llegar a conocer más y más lo que nos quiso dejar como enseñanza para nuestra admonición.
La religión evangélica ha dañado mucho a los que se convierten a Cristo. Se conforman con congregarse en un edificio, cantar coritos y hacer oraciones vacías que no ayudan en nada mientras muchos hermanos están desfalleciendo de necesidad. Muchas ancianas que no tienen quien vele por ellas no hay quien les celebre su cumpleaños mientras los demás estamos como si nada fuera más importante que nuestras propias celebraciones. Muchos hermanos pastores que no gozan de ningún seguro para su vejez están pasando hambre mientras los jerarcas de la organización se dan las grandes comilonas. Muchos hermanos pastores que ya no son útiles en sus congregaciones quedan abandonados a su suerte mendigando de casa en casa lo que debemos proveerles quienes hemos sido enseñados bajo su tutela.
El Señor vuelve a hacernos la misma pregunta a los Caín de hoy: ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu pastor? ¿Dónde está el que recoge tu basura? ¿Dónde está el que cuida tu pasaje y vela por ti mientras tú duermes tranquilo? ¿Ya le diste una taza de café caliente por lo menos? ¿Qué haz hecho para ayudarlo en su ancianidad? ¿Lo haz visitado para ver si necesita algo de ti? Y por favor (si se me permite la expresión), no me vengas con “¿acaso soy guardián de mi hermano?” Porque la respuesta será sí y solo sí… Si no lo cree, lea la parábola del Buen Samaritano…