Por : Licda. Silvia Mabel Olmedo de Díaz
Ana Cecilia (nombre ficticio) una mujer de 35 años llega al consultorio con un estado de crisis, llanto intenso, temblor en su cuerpo, menciona “esto no puede estar pasando” de manera continua; luego de un momento comienza a contar que cuando era una niña de seis años de edad, su madre tuvo que salir a trabajar fuera de la casa, la llevaban a la casa de sus abuelos paternos a que la cuidaran.
Refiere que al salir su abuela al mercado, su abuelo le decía “vení mira lo que tengo”, la primera vez se acercó alegre, esperando una agradable sorpresa, pero luego se llenó de miedo, no sabía lo que ocurría pero los abrazos del abuelo la asustaron, sus manos tocaban su cuerpo, ella trató de soltarse y no podía, recuerda haberle dicho “no abuelito no me gusta este juego, suélteme”, al final entre sus sollozos y cerca de la hora que su abuela volvía la soltó.
“A partir de ese día, cada vez que la abuela salía, yo quería irme con ella, para no quedarme sola con él, a veces lo lograba, en otras ocasiones mi abuela no me llevaba, por más que yo lloraba suplicándole que quería ir”.
Menciona que muchas veces le dijo a su madre que no quería que la cuidaran donde sus abuelos, pero de niña nunca les dijo nada, “tenía miedo de que me castigaran”, la pesadilla continuo por muchos años, y las “caricias se hicieron más intensas” ya no solo le tocaba el cuerpo, sus partes íntimas, le tomaba la mano y la ponía sobre sus genitales, se frotaba contra ella, hasta el día que la forzó y tuvo relaciones íntimas, no lo detuvo ni el llanto ni las suplicas que no le hiciera daño.
Cuenta que se enfermó, no quiso comer, no pudo dormir, tenía pesadillas, deseo morirse, algunas veces pensó con aventarse cuando pasaba un bus, “me sentía sucia, pensaba que era mala, que tenía un gran pecado”.
A sus doce años tuvo su primera menstruación hubo alboroto en su casa, su mamá le conto a su abuela “Anita es una señorita, ya la asustó el viejito” y fue entonces que su abuelo paro de tocarla y de tener relaciones íntimas con ella.
Se volvió rebelde, pasaba enojada, gritando, se iba de la casa, tuvo su primer novio a quien le contó lo ocurrido con su abuelo, él le dijo que se lo contará a su mamá, así lo hizo y la mamá se enojó con ella “por inventar esas mentiras, para cubrir su mala conducta, ella era una loca y no iba a permitir que dijera esas cosas de su abuelito”.
Pensó que era mejor morirse, comenzó a cortar su piel, hacerse heridas en las piernas para que no la vieran, eso bajaba la intensidad del dolor que sentía, tuvo problemas de conducta, bajo su rendimiento en la escuela, con el paso del tiempo decidió “olvidar, como si no hubiera pasado nada”.
Ya de adulta sufría ataques de ansiedad, era desconfiada, no lograba tener una relación de pareja, sentía mucha angustia, muchas veces se sentía tan deprimida, que deseaba no levantarse al día siguiente, no ir a trabajar, no vivir.
En su trabajo como maestra se acercó a una adolescente que observo muy distraída, como perdida y al darle la confianza, la niña le contó su historia, lo que sufría con su padrastro, al escuchar el relato comenzó a sentir un miedo que la paralizaba, le recordó lo que ella quería olvidar, no sabía cómo ayudar a esa niña, no sabía cómo podía ayudarse a sí misma.
El incesto es un crimen y constituye un abuso en una relación de poder, es la traición de la confianza lo que más daña al niño o a la niña.
Desde este abordaje, el perpetrador puede ser un padre, padrastro, madre, abuelo, doctor, sacerdote, ministro, vecino muy cercano, o amigo de la familia (Blume, 1990, Herman, 1981, Batres, Claramunt, 1987).
En el incesto la persona adulta, que tiene más poder, toma ventaja sobre una niña o un niño que tiene menos poder, esa persona es generalmente alguien en quien confía y de quien depende; la niña o el niño no tiene opción, no puede elegir, por lo tanto en esta circunstancia no existe el consenso y no solo es violado su cuerpo, sino también su confianza, su amor y sus límites psicológicos (Buttler, 1985, Herman, 1981).
El desarrollo cognoscitivo, emocional y la percepción del mundo son dañados por la experiencia incestuosa, aspectos como vínculos, confianza, autoestima, identidad y sexualidad serán afectados por el crimen del incesto.
El abuso sexual en la infancia, la violación y otras agresiones sexuales dejan heridas profundas, que la víctima por sí misma no tiene la capacidad de sanar, al presentarse una vez o de manera sistemática en el tiempo, siempre dejara secuelas que afecten todas las áreas en la vida de quienes lo sufren.
En El Salvador según las estadísticas de la Policía Nacional Civil, se recibieron 2,060 denuncias por violencia sexual, en el período de enero a junio de 2018, es decir, 11 denuncias cada día, aquí se incluye: agresión sexual, estupro, violación y violación en menor e incapaz, este último el más denunciado, 43.44% casi la mitad del total.
Es importante que como padre y madre creamos en las niñas y niños cuando mencionan este tipo de incidentes, que trabajemos en la prevención, que se enseñe a las niñas y niños a cuidar su cuerpo, aprender a decir no, a romper el silencio, a fomentar la confianza y protegerlos.
En el Centro Integral de Salud Trabajando para Cristo somos conscientes de la gravedad de esta problemática y brindamos servicios especializados a través del proceso de psicoterapia a personas que han sufrido este flagelo, en un ambiente seguro y de confianza, donde se realiza un abordaje con técnicas integrativas que ofrecen un mejor pronóstico de recuperación.