Lucas 22:47 “y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba delante de ellos, y se acercó a Jesús para besarle. Pero Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”
En la calma infinita de la tarde, sobre la pradera verde como una esmeralda que brillaba a la luz de la pálida luna, a la cual los montes que los rodeaban le formaban uno como borde ideal de un manto desgarrado, la luna vertía su luz, como en el cáliz profundo de una flor mortuoria…
Como un manto que cubría al grupo de hombres que esperaban el desenlace de una antigua profecía, iluminado de súbito por el resplandor de las estrellas que hicieron su aparición tímidamente en el firmamento oscuro de esa lóbrega noche, aparecía en el esplendor profundo de los cielos luminosos el presagio de un final que anunciaba la traición.
El discípulo que había comido con Èl, el discípulo que había hecho milagros en Su nombre, el que había sanado a otros, él mismo no estaba sano. De su interior había surgido lo que realmente había escondido detrás de esa imagen santurrona que había mantenido durante los tres años y medio que su Maestro les había enseñado a vivir como Èl.
Judas, el traidor, el que comió con él y compartió la vida, el dormitorio, el trabajo y las mismas cosas que los demás, ahora se acerca a besarlo. Pero no era un beso de amor ni cariño ni respeto. Era un beso que anunciaba que era él a quien había que llevar prisionero al cadalso, al estrado de Pilato y Herodes para ser sentenciado a muerte. Judas, el que había compartido momentos alegres y tristes. El mismo que había compartido el pan en su mesa. El que había cerrado sus ojos y orado con Jesus. El que había estado sentado a sus Pies escuchando las parábolas que tanto les había ilustrado el Reino de su Padre. Sì, el mismo Judas que había sido el hombre de confianza para guardar las finanzas del grupo.
Ahora lo besa. Descaradamente, Hipócritamente. Dolorosamente. Vergonzosamente. Es un beso blasfemo. La blasfemia es la plegaria de los que no saben orar. Y Judas no sabia orar. Solo blasfemar. Por lo tanto sus besos saben a eso: a traición. A blasfemia. A rechazo por lo santo y aceptación de lo corrupto.
¿Còmo responde Jesus a ese beso traicionero? Mat. 26:50 “Y Jesús le dijo: Amigo, haz lo que viniste a hacer” ¿Amigo? ¿Por què no le dijo traidor, mentiroso, cobarde, blasfemo, falso y otros adjetivos más como cualquiera de nosotros le podría haber dicho? Pero no. Jesus lo llamo “amigo”. Estamos pisando terreno santo queridos. Estamos ante porcelana fina. Cristal cortado. Estamos ante un Gigante de la fe que no ve lo miserable de la actitud de su discípulo sino lo digno de lástima que es. Por eso aún en medio de su traición lo llama amigo.
¿Què nos enseña esto? ¿Serà pastores, que podemos ser amigos de aquellos que nos han dado la espalda después de haber compartido con nosotros la Palabra de Dios? ¿Podremos seguir llamando amigos a aquellos que se fueron de nuestro lado después de haber recibido bendiciones? ¿Despuès de haber recibido nuestras oraciones y servicios? ¿Despuès de haber quizás comido en nuestra mesa? ¿Seguiremos llamándolos amigos?
Creo que sí. Se puede. Porque si Jesus lo pudo hacer con Judas, con Pedro que lo negó, con Pablo que lo rechazó y persiguió, si me sigue llamando a mí como su amigo… Nosotros también podemos y debemos hacerlo.
¿Podrà usted, hermana, llamar “amigo” al hombre que le prometió serle fiel en el altar pero con el tiempo se olvidó de esa promesa y se fue a otra cama? ¿A otros brazos? ¿Podrà usted, señora que llora a solas su dolor de haber sido rechazada por el hombre que debió protegerla y ahora la golpea con sus palabras de odio y rencor, llamarlo “amigo”?
Jesus es sorprendente. Por lo tanto sus enseñanzas son sorprendentes. Y creo que es digno de imitarlo. En Juan 15:15 Jesus nos dice: “pero os he llamado amigos” porque ser siervo es una cosa, pero ser amigo es algo sublime. La amistad es cara. Cuesta sangre, sudor y lágrimas. La verdadera amistad no se encuentra en cualquier esquina de la vida. Es por eso que Jesus nos invita a cultivarla. A cuidar a los verdaderos amigos. Son caros, cierto. Son escasos, cierto. Son pocos, también es cierto. Precisamente por eso son raros de encontrar. Como perlas en un terreno baldìo. Pero debe haber alguno por allí esperando a tendernos la mano de amigo. Jesus ya lo hizo. Ya nos llamó “amigos”. Porque los amigos saben lo que el otro siente, vive y necesita. Conocen su vergüenza. Conocen su dolor de habernos traicionado. Conocen la humillación de no poder a veces regresar y pedir perdón. De los amigos no se desea su dinero. Ni su reloj ni su posición. Solo su amistad.
¿No pudieron ser buenos esposos? Traten de ser buenos amigos entonces. ¿No pudimos ser pastor y oveja? Seamos buenos amigos entonces. “Judas: ¿No pudiste ser mi discípulo? Yo sigo siendo tu amigo” creo que quizo decirle Jesus esa noche del doloroso beso. Y Judas se ahorcó. No fue el lazo lo que lo mató. Fue la vergüenza de haber escuchado: “Amigo”.