Juan 11:39 Jesús dijo: Quitad la piedra”
En el lugar había un olor a muerte. Un olor a dolor, llanto, tristeza y pesadumbre. Como siempre, entre los asistentes había unos que lloraban con sinceridad, otros con hipocresía y aun otros habían ido a ver qué pasaba. Simples curiosos. La aglomeración era numerosa. Dos mujeres han estado llorando desde hace un tiempo porque su hermanito había caído enfermo y al fin la parca había hecho su trabajo. Murió. Hacía cuatro días que estaba en una cueva envuelto en sudarios y bien asegurado para que las aves de rapiña no profanaran su cadáver.
Dos mujeres lamentando la pérdida de un ser querido. Dos mujeres que habían confiado en que su Amigo a quien siempre servían les habría de ayudar a sanar a su querido hermano. Pero no sucedió. No llegó a tiempo y ahora su hermano menor está encerrado en una tumba.
Se perdieron la esperanza, el futuro de verlo crecer, los sueños de verlo convertido en todo un hombre y de tener a alguien a quien abrazar cada mañana y besar mejillas para derramar en él su amor y cariño.
Todo porque ahora esa tumba les arrebató todo su futuro. Su día se convirtió en noche y esa noche amenaza con alargarse para mucho tiempo. No hay consuelo que calme su angustia. No hay palabras que puedan sanar su quebrantado corazón.
“A menos, claro está, Jesús, que tú puedas hacer algo aunque creemos que ya es demasiado tarde. Ya el año se está terminando y nuestro milagro no llegó. Estamos terminando otra jornada y nuestro matrimonio no mejoró. Nuestros hijos se fueron del nido y ya no volvieron. Lo que el mundo llama fiesta nosotros le llamamos luto. Es tarde Jesús. Ya hiede. Nuestra vida ya no tiene aroma sino un ingrato olor a tragedia. El cáncer ya no tiene regreso. La metástasis ha avanzado tanto como nuestra noche y el amanecer está demasiado lejos. Nuestra hija se ha enamorado del muchacho equivocado y no quiere recapacitar. Nuestro hijo está metido en pandillas y no quiere nada contigo. Es tarde Jesús. Nuestra esperanza ya está en la tumba”
Pero Jesús dijo algo que hizo estremecer de miedo, de terror y de espanto a las huestes y potestades que lo observaban: “Quitad la piedra”.
¿Para qué? ¿Para burlarte de nosotros? ¿Para hacernos vanas esperanzas? ¿Para hacernos creer que eres capaz de resucitar a un muerto de cuatro días? ¿De cuatro años? ¿De cuatro décadas? ¿Es posible que no estés bromeando con nuestro dolor, Jesús?
Y el silencio de Jesús parece decir: “Quiten la piedra. Yo lo resucito y ustedes lo desatan”.
Y eso es precisamente lo que deseo hacer con este escrito: Quitar piedras. Sin duda algún lector estará encerrado en una tumba de incredulidad en estos momentos. Estará alguien encerrado en una cama de hospital en donde le han dicho que ya no hay nada que hacer. Un matrimonio que ha ido de mal en peor. Una familia que ha perdido la fe en Dios. Un pastor que ha sido lacerado por la traición de alguno de sus miembros más queridos. Hoy quiero quitar esas piedras que pesan tanto en el alma angustiada, queridos lectores. Hoy quiero obedecer a Jesús que me mandó a liberar a los cautivos. A los cautivos de la enfermedad. De la incredulidad. A los heridos por la vida. Quiero quitar esas piedras que no les dejan disfrutar de su familia. De los besos de sus hijos y los abrazos de su cónyuge.
Quiero quitar las piedras que obstruyen su visión de la vida. Quiero quitar esas piedras que no le permiten realizar sus sueños y proyectos porque la gente dice que usted no puede. Quiero quitar esas piedras que le estorban su paso por esta vida que puede llegar a ser hermosa, una vida que puede llegar a ser pletórica de gozo y alegría. Quiero quitar esas piedras que han caído sobre su matrimonio, su relación familiar y laboral. Esa piedra que pesa tanto que usted no logra levantar su frente y dejar de caminar encorvado por los senderos de la esperanza.
Jesús dio la orden: “Quiten la piedra, yo lo resucito y ustedes lo desatan…” Permita entonces que Jesús haga su parte que es la más importante. Salga de esa tumba que lo mantiene encerrado en la soledad de la amargura, la enfermedad y la apatía. Salga a disfrutar del sol de la esperanza. De la luz que Jesús vino a traerle. De la vida abundante que nos ofrece cada día que amanece. ¡Vamos! Escuche el consejo. Ya la piedra fue removida por la Palabra de Dios.