POR JULY DE SOSA
Se dice de todos los que gozamos del privilegio de nacer vivos, según nuestra acta de nacimiento. Que a medida crecemos y desarrollamos, buscamos afirmar nuestra identidad, y de lo primero que echamos mano es a imitar comportamientos de conducta de personas a las que consideramos heroínas, por ser lo que nos gustaría llegar a ser. Preocupados por definir nuestro propio “yo” adoptamos diferentes tipos de comportamientos ajenos a nuestra propia personalidad con la que fuimos creados, por tal motivo, se dice que los humanos tenemos tres personalidades: Somos lo que nosotros mismos creemos de nosotros, somos lo que otros creen que somos, y somos la persona que Dios diseño que fuéramos.
Siendo la etapa de adolescencia, la más difícil para entender quiénes somos en realidad, debido a la transición que experimentamos de infancia a adultez. Y en algunos casos tal inseguridad acompaña hasta la etapa de adulto mayor, y en el peor de los casos, la falta de identidad acompaña hasta que nuestro tiempo de vida termina.
Considerando esto se vuelve urgente e importante saber quienes somos y afirmar y defender nuestra propia identidad.
¿Cómo nos vemos? A menudo nos resulta difícil describirnos a nosotros mismos, porque en ocasiones nos sentimos bien con lo que somos, pero en otras no, a causa de nuestro temperamento cambiante. Lo que me parece decisivo en cuanto a lo que yo pienso de mi misma, si no logramos aceptarnos tal y como somos, no lograremos trabajar con éxito para superarnos cada día. La falta de aceptación y de compromiso propio por mejorar nuestra personalidad, puede llevarnos a caer en depresión (enfermedad del alma) El apóstol Pablo describió esa parte de nuestra humanidad declarando: Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero eso hago. Y si hago el mal que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo, hacer el bien, hallo esta ley: Que el mal esta en mí. (Romanos 7:19-25)
“EL mal esta en nosotros” recordemos que somos provenientes de Adán, y la desobediencia al plan de Dios para nuestra vida esta a flor de piel, en cada uno de nosotros, tanto en los que deseamos vivir reconciliados con Dios, como los que no. De cara a esta realidad, conviene aceptar la inclinación a lo malo de nuestra humanidad, no, para acomodarnos, sino más bien para trabajar en ello dando la lucha a toda inclinación de destrucción propia. Tales como vicios, pornografía, fornicación, adulterio, carácter desenfrenado, y comportamientos semejantes a estos, que están ligados a la falta de identidad de quienes los practican.
¿Quiénes somos para los demás? Esta definición se vuelve a nuestro favor, porque la gente opinara de nosotros lo que les proyectamos, que no necesariamente es nuestra realidad de personalidad. Es por eso, que cuando estamos con nuestra pareja y amigos, nuestra pareja piensa que están hablando de dos personas diferentes porque nuestro comportamiento en casa a veces difiere mucho de nuestro comportamiento en público ¿Irónico verdad? Porque se supone que desde el día que elegimos pareja, elegimos al socio de nuestra vida; y es con él o con ella, que somos “una sola carne” por tanto nuestra pareja debe de recibir lo mejor de nosotros. Porque ¿Quién dañara su propia carne?
¿Quiénes somos para Dios? A diferencia de lo que deseamos proyectar de nosotros, a los demás para Dios no son válidas las imágenes apostadas. Para él, somos, en nuestra humanidad, pobres pecadores, ni mejores ni peores que otros. Y en nuestro espíritu de creyentes, perdonados y justificados por la sangre de su hijo nuestro señor Jesucristo. Herederos de un reino eterno.
Sirva lo anterior para conocer tu verdadera identidad a afirmar y defender:
En nuestra humanidad, todavía conservamos algo de nuestra antigua estirpe, nuestra alma inclinada hacer el mal, y nuestro cuerpo que muestra flaquezas por destrucción propia. Pero, para fortuna nuestra, dentro de esa humanidad llevamos ya camino recorrido vestidos del nuevo hombre que somos gracias al Espíritu Santo de Dios que habita en nosotros (Romanos 7:19)
“No somos lo que deberíamos ser, pero ya no somos los mismos de antes”
¡SHALOM!