por : Pastor Mario Vega Iglesia Elim Central
El crecimiento de las iglesias evangélicas en Latinoamérica es un fenómeno de suyo conocido, pero existe una transformación al interior de ellas que es menos perceptible. Se trata de un giro que muchas iglesias han venido adoptando en las últimas décadas hacia el neopentecostalismo. Pero ¿qué es el neopentecostalismo? Es un movimiento evangélico, aunque también con expresiones católicas, que hace fuerte énfasis en el tema del Espíritu Santo. Éste es concebido como un agente cuya misión principal es la de otorgar muchas experiencias sensoriales a los creyentes. Se trata de sentir, experimentar, vibrar, caer, saltar, danzar, etc. El culto gira en torno a una persona que suele ser un pastor que asume el protagonismo de la liturgia y el monopolio de la revelación divina. Es un hombre-espectáculo, las luces se enfocan en él y los creyentes son solo espectadores. Su enseñanza bíblica es superficial, no poseen formación teológica y mucho menos contextual. Poseen un énfasis en que el ganar dinero y tener éxito en los negocios es prueba del favor de Dios y lo sintetizan en lo que llaman “Teología de la Prosperidad”, la cual no es ninguna teología y tampoco produce prosperidad, excepto para los referidos pastores estrella. Esto les lleva a agudas contradicciones entre el modelo de Jesús de renuncia y humildad y sus estilos de vida suntuarios. También les conduce a chocantes contradicciones éticas como el actual caso de un conocido líder neopentecostal guatemalteco.
Pero, además, los neopentecostales poseen la capacidad de incidir electoralmente de manera decisiva en los países. No es para menos, de acuerdo con el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), hay en el continente más de 19,000 iglesias neopentecostales que organizan a unos 100 millones de creyentes. Su superficialidad bíblica y contextual los lleva a endosar apoyos a candidatos sin más mérito que el ser miembros de una iglesia o el enarbolar banderas de interés evangélico que, normalmente, son asumidas de manera bastante acrítica. Ese endoso poco reflexivo fue el que casi convierte en presidente de Costa Rica a Fabricio Alvarado, un cantante de música evangélica. También contribuyó al gane de Jair Bolsonaro en Brasil, un miembro de la Iglesia Universal del Reino de Dios.
En El Salvador, afortunadamente, son muy pocas las iglesias neopentecostales, por razones que merecen otro espacio para ser expuestas. Las iglesias evangélicas salvadoreñas poseen otro tipo de liturgia, doctrina y liderazgos. También otro tipo de visión de la historia y los problemas sociales. Eso explica el porqué, existiendo un candidato explícitamente evangélico como Josué Alvarado, las iglesias no muestran mayor entusiasmo con su candidatura. La participación electoral de los evangélicos salvadoreños se rige por pasiones similares a las del resto de la población. No están interesados en llevar a la Presidencia a un evangélico como sí lo están en llevar a alguien que de respuesta a sus necesidades económicas y de seguridad. Los evangélicos no votan en bloque como sector social sino de acuerdo con sus criterios electorales personales. Este es un elemento a tener en cuenta por los candidatos para no ser estafados por vivos que les ofertan adhesiones que no son posibles en el caso salvadoreño. La verdadera apuesta debe ser convencer con argumentos de que son la mejor opción. Eso es lo que los evangélicos deseamos conocer.