Génesis 4:9 “Entonces el SEÑOR dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”
Dios siempre nos pregunta por algo o por alguien. No lo dudemos. Tenemos que darle cuenta de lo que hagamos. Bien o mal. Y esto es para todos. Cristianos o no. Creyentes o incrédulos.
Soy guatemalteco. Hace unos veinte y pico de años que vinimos con mi esposa a este país por instrucciones del Señor a ejercer un ministerio de ayuda a matrimonios. Empezamos a buscar una congregación para escuchar la Palabra del Señor como cualquier cristiano que sabe que no debe dejar de congregarse. Visitamos varias Iglesias y en ninguna de ellas el Señor nos confirmó que debíamos quedarnos para ser miembros. En algunas porque ni caso nos hicieron. En otras porque los pastores no se interesaron en nosotros como visitantes. Eran tiempos del fin del conflicto bélico que había dañado esta sociedad.
Pero lo que marcó mi vida como extranjero fue un episodio doloroso que nos sucedió en una de esas congregaciones que visitamos para buscar un pastor que nos alimentara. Estuvimos una mañana de domingo escuchando y participando del servicio y nos sentimos bien con mi esposa. Cantamos, oramos, ofrendamos e hicimos toda la parafernalia de esa congregación. Al final del servicio un servidor se me acercó y al oído me dijo que el pastor general quería hablar conmigo en su oficina. Sin pérdida de tiempo le dije a mi esposa que me esperara en la puerta de salida que solo iba a atender el llamado del pastor. Cuando llegué a su oficina, delante de otro oficial el pastor, sin invitarme a tomar asiento, me dijo con una franqueza escalofriante: “Por favor, hermano, estoy enterado que usted es guatemalteco. Le pido que se vaya de mi iglesia porque ustedes, los chapines, me ponen erizo”.
Sentí una punzada en mi interior y las lágrimas de dolor y tristeza amenazaban con aflorar de mis ojos. Bajé la cabeza en actitud de humildad, salí después de unos segundos de silencio en donde ni el oficial que fue testigo de esa advertencia dijo nada, pedí permiso al pastor para retirarme y me reuní con mi esposa en la puerta principal. Las mujeres, que tienen un instinto especial para saber cuándo nos sucede algo, inmediatamente intuyó que algo malo había pasado en aquella oficina. Me lo preguntó y le conté el doloroso episodio. Nos fuimos a casa a lamernos nuestras heridas y nos quedamos un tiempo sin saber a dónde ir y tener un pastor que nos bendijera con la Palabra de Dios…
Ahora que estoy escribiendo esta serie de tres preguntas que Dios hace en Génesis recuerdo aquel episodio. Y sinceramente no quiero que Dios me las haga a mí cuando yo esté en su presencia.
Caín ha matado a su hermano. Asunto de celos. Asunto de sacrificio o de baja autoestima. No lo sé muy bien. Pero ha cometido un pecado muy grande. Y eso es lo que hacemos muchos pastores. Eso nos hizo aquel pastor que años después se cruzaron nuestros caminos y tuvimos que compartir privilegios en un mismo púlpito a donde fuimos invitados a predicar. Él tuvo que bajar la vista quizá al recordar que estaba junto a un chapín que lo ponía erizo y tuvo que predicar frente a ese estorbo que era yo.
Hay esposos que abusan de la mujer que los ha acompañado por años y al final de su desarrollo profesional las desprecian. Para ellos es esta pregunta: “¿Dónde está tu hermana?
La pregunta es para aquellos hombres que se aprovechan de la ternura, el amor y el cuidado inherente en toda mujer para pisotearlas, ultrajarlas y luego dejarlas tiradas en mitad de la vida por irse a otros brazos. Un día escucharán la pregunta: ¿Dónde está tu hermana?
También es para aquellos hijos que han dejado a sus padres a la deriva. Que después de haber estado en sus brazos, siendo alimentados, cuidados y nutridos dan la vuelta y los dejan en su vejez. Para ellos también es la pregunta: ¿Dónde están tus padres?
Y qué decir de las ovejas que después de estar bajo el cuidado de un pastor pidiendo oraciones, protección, cobertura y bendiciones, un día se cansan de ellos, dan la vuelta y sin decir adiós y sin ninguna explicación abandonan la congregación dejando preguntas sin respuestas. Para ellos también será hecha la pregunta: “¿Dónde está tu hermano el pastor?
Tengamos cuidado de no herir, abandonar y apuñalar corazones que nada tienen que ver con nuestros conflictos internos. Con nuestros problemas no resueltos. Con nuestros traumas emocionales. Las preguntas de Dios siguen vigentes porque aunque no nos guste, somos responsables los unos de los otros. “Pastor, ¿dónde está tu hermano, el otro pastor?