En un país dónde la institución con mayor credibilidad, hasta el día de hoy, es la Iglesia y dónde más del 90% de salvadoreños expresan creer en Dios, debemos reconocer a quién corresponde qué y disponernos a cumplir con nuestras responsabilidades.
En esta declaración podemos ver tres cosas que Jesús, el Hijo de Dios, dejó para la posteridad.
DEBEMOS CUMPLIR NUESTRO COMPROMISO CON EL ESTADO.
Cada persona que forma parte de una sociedad está llamada a cumplir con sus responsabilidades en el contexto que le ha tocado vivir. En nuestro caso esas responsabilidades están plasmadas en la Constitución, en el Art. 73 leemos acerca de los deberes políticos del ciudadano entre los cuales se establece “servir al Estado de conformidad con la ley”. En consonancia con el discurso inaugural de John F. Kennedy el 20 de enero de 1961: “Así pues, compatriotas: preguntad, no qué puede vuestro país hacer por vosotros; preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país.” Esta es la mentalidad inicial que marcará una diferencia en la manera que construimos juntos nuestra nación.
DEBEMOS CUMPLIR NUESTRO COMPROMISO ESPIRITUAL.
Cada uno de nosotros somos seres espirituales. Vivir sin espiritualidad es no vivir, es tener una vida vacía. Por ello es importante que cada uno de nosotros “Demos a Dios lo que le corresponde”, nuestra confianza absoluta de un cambio de vida, nuestro servicio sin condición, nuestro amor a Él reflejado en nuestro amor al prójimo, nuestra lealtad. De la misma manera que periódicamente servimos al estado así debemos servirlo a Él.
NO DEBEMOS MEZCLAR A CÉSAR Y A DIOS.
Dios está por encima de cualquier gobierno. Pero cuando Jesús de Nazareth dijo: “lo que corresponde a César” y “lo que corresponde a Dios” está rechazando la pretensión de César que exigía adoración divina. Como salvadoreños somos un pueblo lleno de esperanza, queremos y creemos en un futuro mejor. Pero si consideramos que esto nos lo puede dar una persona, un gobernante, una ideología o alguien diferente a Dios, sencillamente no hemos comprendido el punto central de esta trascendental declaración.
Al acercarnos a unas elecciones presidenciales, debemos enfocar nuestra responsabilidad ciudadana y cumplirla. Esto es lo que Dios espera de nosotros. Pero si lo hacemos pensando que el “mesías” de nuestro país está a punto de emerger, allí habremos perdido toda la perspectiva.