Gènesis 22:2 “…y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”
Llegó de repente. La Voz que él conocía muy bien le ha llegado fuerte y claro. No entiende lo que le está pidiendo así que pide que le repitan la orden. Y vuelven a decirle lo mismo. Que sacrifique a su único hijo. No al hijo de la sierva. No. Tiene que sacrificar al que Dios les había dado. A Isaac.
Las crisis son personales. Privadas. Aunque tratemos de hacer partícipes a los demás, difícilmente nos entenderán. Porque las crisis que nos tocan vivir son para nosotros. Para que las vivamos en el más profundo túnel de soledad. Las crisis se viven a solas. Aunque estemos rodeados de gente, nuestra mente está ocupada en lo que estamos atravesando en esos momentos.
Hace unos años como a eso de las nueve de la noche recibí una llamada telefónica de Newark, NJ, en donde viven mis hermanas y vivía mi mamá. Mi esposa y yo ya estábamos acostados empezando nuestro descanso cuando todo se vino abajo de repente. La voz al otro lado de la lìnea me dijo entre sollozos: Mi mamá se acaba de ir. Sin gritos ni llantos ni nada. Solo con una voz muy queda, como para no despertarla de su sueño eterno.
Mi corazón se desbocó. Mi esposa solo me hizo una pregunta: ¿tu mamá…? No sé que vio en mi rostro. Me senté a la orilla de la cama y puse mi cara entre mis manos apoyadas en mis rodillas. Lloré. Dejé salir el dolor de ese momento y tuve que empezar a organizar todo para buscar un vuelo de emergencia en alguna lìnea aérea. Bendito el Señor que en ese momento me atendieron muy humanamente los de la aerolínea. En pocos minutos tenía reservado mi boleto para salir al dìa siguiente a acompañar a mis hermanas y estar en las honras fùnebres de mi mamá.
El avión iba a rebosar. Todos los pasajeros buscaban con ansias sus asientos. Unos riendo, otros bromeando, otros guardando sus maletas en los compartimientos superiores. Todos atentos a lo que indicaban las azafatas. Nadie notaba mi dolor. Nadie se dio cuenta que mis ojos iban empañados por las lágrimas que amenazaban con salir. ¿Cómo se iban a dar cuenta si la crisis era mía y no de ellos? ¿Cómo pretender que las azafatas ordenaran silencio para que yo tuviera momentos de paz en medio de ese caos? La crisis emocional era mía y de nadie más. Iba en un avión repleto de gente pero en mi asiento la soledad del momento llenaba todo. Me sentía aislado. Abandonado. Incomprendido. Quería que todos se callaran. Que me dejaran asimilar mi dolor. Que me acompañaran en mi momento de angustia.
Eso no es posible. No lo fue para Abraham, ni para mí y tampoco lo serà para usted.
Cuando esta sentado en una banca del hospital esperando el diagnóstico de su hija que están examinando. O cuando el doctor le dice que verà la radiografía que le acaban de enviar para ver si hay metástasis en su cuerpo. O cuando le piden que se haga una biopsia de ese grano tan feo que le salió en la espalda, que esperan no sea cáncer. O cuando le llega la carta del banco indicando que la próxima semana tendrá que presentarse al departamento de conflictos y deudas. O cuando camina solo por la calle con la carta de despido del trabajo.
Crisis. Todos las hemos tenido. Y las seguiremos sufriendo. David la sufrió cuando esperò noticias de su hijo Absalòn. O Ana cuando veía a Penina con otro hijo y para ella nada. O Jesus cuando le pidió a sus amigos que velaran con Èl y se durmieron. O cuando usted regresa del banco con el cheque que quería cambiar y le dicen que no tiene fondos, y ahora no tiene para el pasaje de regreso. Nadie se da cuenta de su incertidumbre. Nadie nota su desconcierto. Porque el problema es suyo y de nadie más.
Podemos entender a Abraham que no le haya dicho nada a su esposa. ¿Como decirle que Dios le ha pedido que mate a su hijo? ¿Como explicarle que su Amigo Dios le ha pedido algo que ella no podrá entender? ¿Cómo hacerle ver que el Dios que da también pide? No. Sara no lo podrá entender porque la crisis es de Abraham y solo de él. Ni siquiera sus siervos que le acompañan se dan cuenta de su dolor mientras suben la cuesta del Moriah. Por eso va en silencio. Esperando que Dios cambie de planes. Que todo fue una broma celestial. Que la Voz que escuchó no fue la de Dios. Que todo ha sido un error. Pero no. Es la dura realidad.
Eso son las crisis que nos visitan cada cierto tiempo. Cuando el oficial de Migración de Newark me preguntò: “¿A que vienes a nuestro paìs?” mi respuesta le dejó estupefacto: “A enterrar a mi mamá” Ya no dijo nada. Puso el sello en mi pasaporte y simplemente dijo: ¡Next!
Porque él comprendió que ya no había nada que decir. Ni preguntar. Ni responder.