Levítico 19:32 “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová.”
Advertencia: “Leer este artículo puede lastimar susceptibilidades. Se recomienda encomendarse al Señor”
Estamos creando una generación de gentes mal educadas. Malos padres, malas madres, malos hijos. Malos ciudadanos. Malísimos cristianos. Y en esto todos hemos fallado. Porque hemos dejado la educación de los hijos en manos de personas que no tienen nada de educación. Por lo tanto no saben cómo educar.
Para aclarar las cosas, debo decir que no es lo mismo enseñar que educar. Enseñar es transmitir conocimiento. Y eso lo hace la escuela. Educar es formar valores, inculcar principios, moral y ética para la vida. La escuela no educa, solo enseña. Se educa en el hogar. Desde la cuna. Mejor dicho, nueve meses antes de que nazca el niño hay que educar a la madre.
Pero el trajín del siglo ha hecho que las madres abandonen la educación de sus hijos. Al salir a trabajar fuera de casa los están dejando a cargo de guarderías, kindergarten y colegios especializados para el cuidado de infantes. Y lo irónico del caso es que buena parte del sueldo que ganan se va en pagar esas guarderías. He visto que desde las cinco y media o seis de la mañana las madres o padres van con sus carruajes a dejar en manos de a saber quién a sus retoños y los recogen a las cinco o seis de la tarde. Y luego quieren que ese niño les diga “mamá” cuando han pasado doce horas viendo a otra mujer que lo cuida, lo alimenta y le cambia pañales. El colmo de la ironía, ¿no les parece?
Y claro, la señorita que cobra por cuidar niños ajenos no tiene ni la menor idea de cómo ser madre. Ella es nodriza. Cobra un sueldo para aguantar sus llantos todo el día sin preocuparse si es que llora por dolor, frío o ansiedad. Lo importante es entregarlo completo al final de la jornada.
Póngale a ese niño veinte años y envíelo a la universidad: aprenderán como trabajar duro. Como ganar dinero. Como hacerse notar en un mundo cada vez más anodino. Aprenderán a ser los tiburones de los negocios. A ser gerentes de alto perfil. A pelear con dientes y uñas a un potencial cliente para aumentar su cartera profesional…pero nunca le dirán a su secretaria o al portero que cuida su elegante oficina un “buenos días”. Nunca le pedirán “por favor” un café a su asistente. Nunca sabrán decir “gracias” por ayudarle a sacar adelante sus negocios. Nunca tendrán empatía cuando un empleado se enferma y nunca serán tolerantes con el débil y pobre de su entorno. En esto incluyo a las queridas damas de hoy. ¿Por qué?
Porque eso no se aprende en la universidad. Eso se aprende en el regazo de una madre. Se aprende en la mesa del comedor cuando en el hogar todos nos sentamos a disfrutar nuestros alimentos hechos por mamá y ganados por papá. Eso no se aprende en el kindergarten ni en la escuela. Si quiere hacer la prueba, pase cerca de una escuela a la hora de entrada o salida y vea cuantos alumnos le saludan con un “buenos días, señor o señora”. Suba a un bus y vea cuantos alumnos se ponen de pie para que un adulto se siente. O sencillamente entre al salón de clases de su hijo y vea quienes y cuantos se ponen de pie cuando usted entre a hablar con el profesor. Incluyendo a su retoño, por supuesto.
Es una pena que aun en la Iglesia de Cristo esto suceda. Los jóvenes pasan frente al pastor o los ancianos y ni siquiera les voltean a ver. No saludan. No respetan a los mayores. No ayudan a los ancianos. No recogen la biblia de la señora a quien se le cayó en la acera. Mucho menos saludarán en el centro comercial. Si es que lo reconocen.
Entonces, queridos lectores: ¿En dónde está el problema de hoy? Sencillamente que ya no se lee en la Biblia las instrucciones que Dios da a los padres para que se lo enseñen a sus hijos: Honra padre y madre. Ante las canas ponte de pie. No harás tatuajes en tu cuerpo. No desprecies la dirección de tu madre y la instrucción de tu padre. No seas contumaz y rebelde.
En mi niñez fue mi mamá quien le decía a mis hermanas y por ende a todos nosotros: “¡siéntese bien. Cierre las piernas. Bájese esa falda. ¡No enseñe el tirante de su brassier! ¡Abróchese ese botón! ¡Salude a su papá! ¡Diga muy bien! ¡Diga que manda! ¡Diga por favor!
Recordemos lectores: La escuela tiene sus libros de texto para enseñar. El hogar tiene la Palabra de Dios para educar.