¿Será que la Biblia tiene una respuesta para mí?
“El 8 de julio de 1999, una noche antes de mi boda recibí una llamada llena de gritos, acusaciones, insultos y la frase: “deseo que todo te salga mal en tu matrimonio, te maldigo”. Los días pasaron y esa llamada resonaba en mi mente día y noche. El resentimiento y la amargura llegó a tal nivel en mi corazón que me dio una enfermedad llamada: pitiriasis rosada. Yo era cristiana, asistía todos los domingos a la iglesia, aparentaba que todo estaba bien, leía la Palabra, pero mi amargura crecía cada día más y entonces me preguntaba: ¿será que la Biblia tiene una respuesta para mí?”
Esa mujer era yo. A pesar de conocer, leer y estudiar la Palabra y las hermosas promesas de Dios, el pecado que había en mi corazón seguía ahí, y pensaba que a lo mejor esas promesas de victoria no tenían efecto sobre mí, pues seguía aferrada al resentimiento. Continuamente me preguntaba ¿si soy una mujer cristiana, por qué no puedo disfrutar esa obra que Dios ya hizo en mí? Quizás tus luchas con el pecado sean otras, a lo mejor luchas con el enojo con tus hijos, el sentimiento malhumor o insatisfacción en el trabajo, o un hábito inmoral del que no puedes salir. Tal vez varios pecados persisten y te acosan día y noche. Cualquiera que sea tu problema con relación al pecado te puedo decir con certeza que la Biblia si tiene una respuesta.
La santidad: un derecho del nuevo nacimiento.
Romanos 6:14: 14 Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia. Déjame establecer desde el principio una preciosa verdad: como hijas de Dios sí podemos caminar en obediencia a Palabra y vivir la vida en santidad que Dios espera de todo creyente. La santidad forma parte de un derecho del nuevo nacimiento prometido cuando Jesús mora en nuestro corazón. La afirmación de Pablo en Romanos 6:14 es acertada, el pecado no se enseñoreará de nosotras.
Cuando hablamos de santidad, vienen muchas ideas a nuestra mente. De hecho, para muchas es un tema incómodo, poco atractivo, pasado de moda; o quizás sea algo reservado para los pastores, misioneros y estudiantes de teología. Generalmente asociamos la santidad a una serie de prohibiciones, normas de vestir, estilos de peinado, ausencia de maquillaje. Otras asociamos el concepto de santidad a una vida abnegada, como las madres o abuelas entregadas al servicio de su familia. Otras podemos asociarla con una actitud chocante, con un aire de superioridad que menosprecia a los demás. Para otras significa una perfección inalcanzable, y esta idea conduce al autoengaño, desánimo y desaliento porque pensamos “nunca voy a llegar a ser como esa persona…así que para qué lo voy a seguir intentando”.
Todos estos conceptos siguen el enfoque de las normas humanas, de los estándares de los hombres. Como mujeres solemos estar más pendientes de lo que las personas piensan moralmente en base a las apariencias, y nos regimos por una lista por normas por cumplir; y todo se vuelve una enorme y pesada carga. Aún si cumpliésemos a cabalidad todas estas normas, nos volveríamos como fariseas, con interminables listas triviales que solo buscan la autojustificación.
Estas definiciones tienen una limitante fundamental, es que olvidan lo que significa ser santo: ser santo es ser moralmente intachable, estar apartado del pecado y por consiguiente consagrado para Dios. La palabra santo significa separado para Dios, cortar, separar, ser apartado, diferente.
¿Cómo vivir en la santidad que Dios pide?
Esta pregunta solo tiene una respuesta: conociendo a Dios a través de su palabra. Hoy en día de muchas mujeres cristianas nos conformamos y amoldamos a vivir sin darle importancia a lo que Dios nos ha dejado su Palabra, pero cuando la conocemos y vemos la vida de Cristo ella, nos enfocamos en Su Voluntad y nuestra vida se despoja de los deseos engañosos de este mundo.
A menudo estamos tan empapadas de las cosas de este mundo que queremos seguir arraigadas a la manera en la que vivíamos antes de conocer al Señor. Por eso muchas mujeres son fluctuantes, algunos días bien emocionalmente y otros completamente derrotadas. Una palabra de alguien nos puede hacer sentir mal y nos lleva a pecar. Solo si estamos arraigadas y afirmadas con la palabra de Dios todo eso queda atrás, es fácil despojarnos y vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.
Cuando pecamos con amargura, ira, celos, estamos diciendo en nuestro corazón: Cristo, no eres suficiente. Pero cuando nos enamoramos de la Palabra, cuando lo más importante en nuestra vida, por sobre el trabajo, nuestros hijos y sueños; es Jesús; nos despojamos de la antigua manera de vivir anhelando más y más su vida. Esa nueva vida que se nos adjudica en Cristo hace que aborrezcamos el pecado. (Efesios 4:22 – 24) Hemos sido apartadas para Dios, para cumplir su propósito santo, pero eso solo será posible a través de la vida de Cristo en nosotras.