Pastor Mario Vega
Cuando te has enterado de alguna acción delincuencial en la que ha participado uno o más menores ¿no te has preguntado adónde están los padres de esos niños? La respuesta es fácil: en los Estados Unidos. De acuerdo a UNICEF el 38 % de los niños salvadoreños vive sin uno o ambos padres. Los niños quedan al cuido de otros familiares o vecinos, lo cual les expone a condiciones de negligencia y maltrato. Es por ello que los casos de abuso sexual van creciendo cada año. De los 25,680 casos que se reportaron entre los años 2001 a 2011 casi el 94 % fue cometido en contra de menores. Solamente del año 2012 a 2013 el incremento de abuso infantil fue de un 160 %.
Para la otra parte de niños que viven con sus padres las cosas tampoco son muy alegres. El 35 % de los niños salvadoreños vive en hogares con pobreza relativa y hay otro 15 % que vive en hogares con pobreza extrema. Esas condiciones provocan que la desnutrición crónica en el quintil más bajo de ingresos sea del 31 %, en tanto que para el quintil más alto sea del 4 % La inequidad es muy clara y provoca que las condiciones sean tan contrastantes que se vuelven humillantes. La autoestima de los menores es derruida y se sienten como salvadoreños de tercera en su propio país. La marginación les genera un sentido de desinterés por la superación y comienzan a abandonar la escuela. Más del 5 % deserta después de completar el primer grado y otro 7 % deserta al completar el séptimo grado. El abandono de la educación está vinculado al desinterés, la percepción de su poca utilidad, la migración interna que se produce como recurso para evadir posibles riesgos como el ingreso a pandillas, distribución de droga, consumo de droga o abuso sexual.
En el tema de seguridad, los menores se llevan la peor parte. El 89 % de los homicidios está concentrado en la población de entre 15 a 19 años de edad y, de ellos, el 87 % son varones. De acuerdo al informe “Ocultos a plena luz”, de UNICEF, El Salvador es el país con la tasa más elevada de homicidios en niños y adolescentes. Entre los años 2005 y 2013 un total de 6,300 niños fueron asesinados. La sensación de muerte es tan fuerte que desarrolla un sentido de futilidad de la vida y, de una manera u otra, “todos nos vamos a morir”, llegan a concluir. Sin duda que eso es una gran verdad, pero no tiene por qué ser a tan temprana edad, mucho menos tiene por qué precipitarse. Frente a las frustraciones familiares, escolares, alimenticias y sociales el ingreso a una pandilla o el portar un arma son condiciones que les devuelven a los menores el sentido de valía y conquista de un respeto que no recibieron ni en casa, ni en la escuela, ni en la comunidad. Urge que el Estado realice acciones para velar y proteger a los niños, principalmente cuando el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas ha señalado que la vulneración de derechos es la que más afecta a la niñez salvadoreña. Mientras esa realidad lacerante no sea transformada siempre veremos perplejos a miles de niños y jóvenes esperando turno para ingresar a las pandillas. ¿Adónde están sus padres? En los Estados Unidos, trabajando en los Estados Unidos.