«El hombre sólo será libre cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote» esta frase de Denis Diderot, filósofo radical de la ilustración del S. XVIII no dista mucho de las expresiones que reclaman libertad en nuestros días. A lo mejor en nuestro país no estamos aún al nivel físico del asesinato y la persecución religiosa, pero sí pareciera ser que para importantes sectores intelectuales, políticos y económicos de El Salvador sería mucho más cómodo, práctico y “moderno” borrar a Dios del mapa moral salvadoreño.
Hace pocos días celebramos el Día de la Independencia en nuestro país. Creo que es valioso detenernos a pensar ¿qué celebramos? Si lo que celebramos es nuestra libertad, vale la pena cuestionarnos el uso que estamos haciendo de ella, ya que en nuestros días el concepto de libertad pareciera ser la imposición de los estilos de vida, pensamientos e ideologías de una minoría, a costa de callar, agredir y atentar contra los valores inalienables contenidos en la Escritura. Aunque decimos ser libres como nación, a simple vista más bien pareciera que somos esclavos de los caprichos de nuestra propia cultura, que actúa lejos del orden creado por Dios. La fragmentación de las esferas sociales, la corrupción, injusticia y la violencia que experimentamos son consecuencias que lo evidencian.
Hay tres palabras que nos pueden ayudar como sociedad a recuperar el respeto del orden creado por Dios para una vida más justa, pacífica y de respeto: Dios, Unión, libertad. Sí, el lema de nuestros símbolos patrios que coloca a Dios en primer lugar, supone que hay un reconocimiento del Dios soberano que lo gobierna todo y que es la base de toda actividad social y familiar en El Salvador. De esto quiero hablarles hoy.
En la Constitución de la República de El Salvador, antes del Título 1 nuestra constitución reza: “Nosotros, representantes del pueblo salvadoreño, reunidos en asamblea constituyente, puesta nuestra confianza en Dios, nuestra voluntad en los altos destinos de la patria y en ejercicio de la potestad soberana que el pueblo de El Salvador nos ha conferido, animados del ferviente deseo de establecer los fundamentos de la convivencia nacional con base en el respeto a la dignidad de la persona humana, en la construcción de una sociedad más justa, esencia de la democracia y al espíritu de libertad y justicia, valores de nuestra herencia humanista, decretamos, sancionamos y proclamamos, la siguiente Constitución”. La frase “puesta nuestra confianza en Dios” es muy significativa, porque implica un reconocimiento de la soberanía de Dios sobre la soberanía política de la República de El Salvador. Los legisladores de aquel momento reconocieron que el punto de partida para establecer el fundamento de la convivencia nacional, los derechos humanos y la construcción de una sociedad más justa es Dios, el orden de su creación y su norma, que es su Palabra Escrita.
Contrario a esto, lo que vemos hoy en día es “el eclipse de Dios” en nuestra nación. Esta es una frase acuñada por Martin Buber, que se refiere al intento de las filosofías moderas de negar la existencia de Dios o la posibilidad de conocerlo. Pero yo le agregaría que además de ello, también intentan negar la “relevancia” de Dios. El concepto de Dios en la sociedad salvadoreña ha sido rebajado a un lobby político, a un simbolismo del poder, a un canto de sirenas para las masas y en los casos más humanistas, el 911 en los momentos de verdadera necesidad; pero realmente no se reconoce que Dios es Dios, que parte de su gloria es ser Soberano, Señor y Redentor de toda la humanidad y todo ser creado.
El peligro de esto es que cuando Dios es eclipsado, la unión y la libertad también lo son. Así no puede nunca lograrse una verdadera sociedad, porque los valores fundamentales sobre los que debe estar establecida ya no serán más; en su lugar hay una especie de imposición de valores personales sobre los de la mayoría, una transigencia de los valores inalienables por debajo de los culturales. En palabras más simples, el problema de eclipsar a Dios es que sin Él no hay ni unión, ni libertad. Es imposible.
¿Qué debemos hacer como iglesia? en la teología Paulina, la misión de la iglesia es vista como la gracia de anunciar a Jesucristo y sus riquezas, así como la defensa ardiente de nuestra fe, esto es: el deber de proclamar, aconsejar y enseñar a Jesucristo en todas las esferas de la sociedad (Col 1:28-29); denunciando a la vez lo que vulnera el orden creado por Dios para la paz y la justica.
Sabemos que la plenitud de la paz y la justicia la veremos hasta la Segunda venida de Cristo, pero eso no nos debe hacer menguar en el ejercicio de nuestra misión de proclamar el evangelio hasta los confines de la tierra. En la medida en que el evangelio gobierne el corazón de los seres humanos, trayendo consigo paz y sosiego a su propia alma, esto trascenderá en obras justas y pacificas en la sociedad. Al recuperar a Dios en la sociedad, recuperaremos entonces la unión y la libertad en nuestra nación.
Si lamentable que el sistema educativo y muchas iglesias como agentes socializadores, por lo tanto agentes de cambio en la conducta de sus educando y feligreses que se dediquen a reflexionar sobre el valioso significado del lema de nuestro símbolo patrio. Y sobre todo a la luz de la Palabra de Dios, tan necesaria en nuestra juventud. Las timosamente en la cabeza de educadores y dirigentes religioso prevalecen otros aspectos que no edifican a sus discipulos. Gracias a Dios hay siempre profetas que son la voz que claman en el desierto.