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sábado, abril 20, 2024

Violencia impensable

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El pasado 27 de septiembre fue asesinado el niño José Luis Pérez, de once años, cuando salió a jugar con su patineta en territorios controlados por las pandillas. Por increíble que parezca, fue apuñalado hasta la muerte por jugar en una cancha cercana. Solo era un niño, como demasiados otros niños que son asesinados en nuestro país. La violencia nuestra de cada día es tan irracional que puede llevarnos a perder la capacidad de indignarnos y dejar pasar estos hechos como cotidianos. En el momento en que dejamos de integrar la indignación a la moral personal somos proclives a aceptar cualquier barbarie sin cuestionamientos. Ese es el primer paso hacia la corrupción, cuando ya nada importa y perdemos el sentido del valor de la vida humana. Nos indigna mucho más saber de alguien que se robó cuatrocientos mil dólares que del asesinato de un menor inocente. Aunque aquello es reprobable esto es completamente inaceptable. Es hacer pensable lo impensable.

Como cristianos, la situación debe conducirnos a una toma de conciencia del carácter injusto de nuestra situación y de la necesidad de lucha para su superación y transformación. Las iglesias no pueden considerarse triunfantes mientras no sean capaces de influir y trabajar por el respeto a la vida humana. La violencia que golpea a los niños empobrecidos es el mayor desafío al que se debe hacer frente en el anuncio del evangelio en estas tierras y convoca a los cristianos a comprometerse con la construcción de una sociedad justa, sin marginados, entre quienes la violencia encuentra su caldo de cultivo.

Mientras la sociedad continúa su rutina indiferente, los niños pobres se empeñan en su compromiso fundamental por la sobrevivencia, es decir, la lucha por vivir, por continuar vivos. Es una verdadera lucha. Estar vivo es una conquista. Y mientras los politiqueros usan la seguridad como instrumento electoral arrojadizo se escucha el grito sordo que sube desde el sufrimiento de las mayorías marginadas y que demanda una escucha atenta que obliga y compromete. De ahí que las iglesias deberían reconocerse por su inserción radical en el mundo de los pobres y el compromiso con sus causas y sus luchas. La gran pregunta es si en verdad las iglesias poseen en la actualidad como preocupación principal la vida de José, o la de Julián, de nueve años y también asesinado. ¿En verdad la iglesia tiene cosas más importantes, más religiosas, más sagradas, más espirituales que hacer que trabajar por la vida y la paz? La hora actual no ha dejado de ser la hora para teologizar, pero ya se transformó, con dramática urgencia, en la hora de la acción. Llegó el momento de inventar la acción que cabe realizar y que tendrá que ser llevada a cabo con la audacia del Espíritu.

El homicidio de José Luis es uno más en el país que la UNICEF ha llamado el de mayor cantidad de niños asesinados en el mundo. Pero José Luis puede convertirse en el niño símbolo, en el caso emblemático que desde su inocencia nos interpele sobre la legitimidad de nuestra fe. Si no somos capaces de indignarnos es que algo ya murió en nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra fe. Pero la esperanza nos mueve a creer que seguimos siendo humanos y capaces de ser serios con los niños vulnerables, capaces de enfocarnos en su defensa y en maneras honestas de solución al tema de la violencia.

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