Efesios 5:25 “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella…”
Estaban sentados en un sillón en mi oficina. Platicábamos de su relación matrimonial. Él se quejaba que ella no lo amaba como él quería. Ella se quejaba que él no la amaba como ella necesitaba.
Cuando eran novios -dijo ella-, él era cariñoso. Le tomaba de la mano, la abrazaba en público y en privado. Le retiraba la silla después de comer y pagaba todos sus consumos. Era un primor de hombre. Eso la enamoró. Eso hizo que ella se sintiera amada, respetada y valorada. Pero todo cambió después del matrimonio. Ya casados, él empezó a cambiar de actitud. Perdió todo aquel brillo que lo caracterizó durante el cortejo. Dejó de ser el delicado novio para convertirse en el tirano opresor. Ahora exigía ser amado a su manera. Exigía ser respetado y que todo girara a su alrededor. Adiós besos. Adiós retirarle la silla después de comer. Adiós abrirle la puerta del carro. Adiós ternura. Adiós todo. Ahora todo eran palabras vulgares. Insultos a su estado físico. Desprecios en público y delante de los niños. Ahora aquel pedazo de cielo se había vuelto un pedazo de infierno.
Son cristianos. Asisten a una congregación tres veces por semana. Él tiene un privilegio en el diaconado. Canta coritos y ora por los que pasan al altar. Impone manos. Aparentemente es un ejemplo de un cristiano realmente nacido de nuevo. El pastor le da privilegios cada vez más. Está estudiando teología y falta poco para ser ordenado pastor.
Cuando ella acabó de secarse las lágrimas, les pedí que me dejaran explicarles lo que había sucedido con el esposo que tenía delante.
“Fue mal enseñado. Así de claro. Leía la Biblia y hacia toda la parafernalia eclesiástica, incluso estaba a punto de terminar su pensum de estudios para recibir su diploma de pastor, pero no sabía absolutamente nada sobre lo que la Biblia enseña a los esposos.
Le solté la primera y dolorosa pregunta: ¿Qué le ha hecho pensar, hermano, que su esposa debe amarlo a usted? ¿Quién le ha enseñado que usted es el rey de la casa y ella su plebeya? ¿De dónde ha sacado esa falsa idea de que usted merece que su esposa le lave los pies? ¿Acaso no ha leído lo que dice la Palabra sobre el amor a la esposa, según el modelo de Jesús? ¿O, por favor, dígame qué modelo está usted siguiendo para exigir ser amado por su esposa? ¿El modelo de su pastor? ¿El modelo de su abuelo o su padre, o sus amigotes?
¿Acaso no ha leído o estudiado lo que dice Efesios 5:25 al respecto? Si usted quiere ser amado por su esposa, es usted quien primero debe amarla. Usted debe darle el ejemplo que ella necesita seguir. Usted debe modelarle la forma en que ella debe amarlo. Es más, a ella no se le pide que lo ame, a ella se le pide que lo respete. Y es a causa de su ignorancia, que en este momento usted está siendo avergonzado por su propia esposa al traerlo a mi oficina y delante de un extraño mostrar su desnudez”
“Usted debe amar a su esposa como Cristo ama a la suya, la Iglesia. Usted debe presentarse una esposa sin arruga, sin mancha y sin nada que lo avergüence a usted mismo. Es usted quien debe ponerse el delantal y lavarle el alma a su amada -si es que la ama verdaderamente- como hace Jesús con su esposa”
Es usted, hombre, quien debe marcar la ruta que su esposa debe seguir, porque por algo es usted la cabeza de su hogar. Es usted el responsable de que su esposa no tenga que quejarse de usted en público para que le honre y le respete, siempre y cuando usted utilice el método y el ejemplo que Jesús vino a darnos. ¿Ya leyó lo que dice 1 Juan 4:19? Se lo leeré yo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” Y al decir “nosotros” es la Iglesia. “De la misma manera, mi querido futuro pastor, si usted desea ser amado por su esposa, dele el ejemplo. Enséñele como se ama. Enséñele como debe ser el amor de una esposa por su esposo. Ámela usted primero y luego ella por sí sola lo amara a usted”.
Y de allí salió este escrito. La ignorancia escritural en muchos hombres cristianos ha hecho que en los hogares haya disensión, egoísmos y malos tratos de parte de los hombres. Es por eso que en la Iglesia hay tantas mujeres maltratadas. Golpeadas con las palabras ásperas y abusivas de muchos de los hombres que hipócritamente asisten a nuestras reuniones haciéndose pasar por santos cuando en realidad son unos ignorantes en cuanto a su papel en el matrimonio.