Existe una diferencia entre frontera y límite. La frontera es una línea geográfica creada para separar espacios y personas. El límite es una concepción política y administrativa. La soberanía de un Estado se pretende soberana y, en consecuencia, crea límites definidos para que no afecte a otros Estados. Las fronteras pueden representar para una comunidad la protección de su identidad, pero también pueden ser la razón de su decadencia en un afán extremo por separarse y protegerse. Es lo que sucedió en el antiguo Egipto cuando el faraón trazó un límite entre los hebreos y los egipcios. Sucedió que siglos antes, por causa de una hambruna, Jacob había migrado con su familia a Egipto en donde se multiplicaron rápidamente. El faraón entró en pánico al caer en la cuenta de que ellos ya eran un pueblo dentro de otro pueblo. Pero, tampoco fue su idea expulsarlos ya que se lucraba de su fuerza de trabajo. Más bien, su intención fue oprimirlos dentro de sus fronteras para que no entraran en contacto con otros pueblos, con el riesgo de convertirse en enemigos.
Esa posibilidad es la que le produjo miedo al faraón. El miedo a lo desconocido siempre está a la base de toda exclusión o discriminación. El rechazo de los migrantes no es más que el temor a lo desconocido. Por ser diferentes, se les puede tildar según los fantasmas de cada cual: oportunistas, terroristas, ladrones, ignorantes, etc. Trazar una diferencia es un signo de poder y para no parecer arbitrario se busca legitimarlo con una narrativa repetitiva. Así comenzó la opresión de los hebreos y posteriormente su etnocidio. Dentro de sus fronteras el faraón había establecido el límite entre los hebreos y los egipcios, un límite de muerte. Pero las parteras retaron su autoridad al no obedecer la orden de terminar con los varones. Ellas rompieron los límites del soberano para establecer una nueva frontera, esta vez la de sus convicciones personales. Como parteras, su vocación era canalizar la vida y no destruirla. Protegerla y no atacarla. En la actualidad, cuando no solo los niños están amenazados de muerte, se necesitan personas como las parteras egipcias: valientes defensoras de la dignidad humana que no teman a los edictos del faraón.
Las parteras salieron de los límites sin salir de sus fronteras y se posicionaron para cuidar de la vida y abrir posibilidades para la esperanza y para el éxodo. Las Escrituras atestiguan que, por esa resolución, el Señor las bendijo. Con su bendición el Señor reafirmó que el de ellas era el rumbo correcto; al mismo tiempo, mostró que desde la fuerza de las pequeñas él es capaz de traer liberación. El llamado es para que como cristianos, no tengamos temor de desafiar el poder del faraón. «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres». La espiritualidad cristiana se prueba en el encuentro del creyente con el Señor en el rostro de los migrantes. Por el contrario, el pecado consiste en negociar intereses políticos y económicos pisoteando a los migrantes bajo la mesa. En un contexto de desesperanza y militarización de las fronteras la voluntad primaria de Dios es que las mayorías pobres puedan vivir. La migración es un derecho cuando la vida de los niños se encuentra en juego. Ante tal disyuntiva, no hay por qué dudar: quien actúa con valentía para defender a los niños, a los estigmatizados y a los excluidos está respondiendo coherentemente con los principios del Dios de la vida abundante. En tanto que quienes se doblan ante el poder inhumano y totalitario son personas necesitadas de conversión.