Por: Mario Vega, pastor general de Misión Cristiana Elim
Ana del Carmen de la Cruz, mujer anciana, abandonada por todos, excepto por su hijo, vivía con la sencillez de una vendedora humilde en la zona del parque Libertad de San Salvador. Sus dos grandes satisfacciones eran su fe en el Señor Jesús y su hijo Israel, de 33 años. Esas dos satisfacciones se combinaban pues Israel también era un creyente en Jesús y, además, diácono y líder de la iglesia Elim. La vida pobre de Ana del Carmen transcurrió con relativa normalidad hasta que llegó el fatídico 3 de julio de 2008. Esa noche, la golpeó la increíble noticia del desbordamiento del arenal Montserrat que había arrastrado el autobús en que Israel volvía de la iglesia. En el doloroso transcurrir de las primeras horas se hacía evidente que la esperanza de reencontrarse con su hijo se debilitaba cada vez más. En los siguientes días la recuperación del cuerpo de Israel le trajo la dolorosa certeza de su pérdida. Con ella, el eje fundamental de su sustento se rompió para siempre. A partir de ese momento la iglesia asumió su sostenimiento a fin de asegurar sus necesidades esenciales.
Ana del Carmen no era una mujer letrada, pero sí era esclarecida en descubrir los hechos esenciales que se ocultaban detrás de los acontecimientos aparentemente casuales. Pronto comprendió que tras lo que parecía ser un accidente había elementos que señalaban hacia una responsabilidad humana. Así fue como se sumó a la búsqueda de la verdad sobre la pérdida de su hijo. Su dedicación se manifestó en su asistencia persistente a cada reunión, aniversario o acción que tuviera que ver con el caso conocido como la Tragedia de la colonia Málaga. La recuerdo a mi lado cuando, el entonces procurador para la defensa de los derechos humanos Oscar Luna, emitió su informe especial en el cual señaló a los responsables de la tragedia con nombre y apellido. El paso del tiempo y la salida a luz de prácticas de esos oscuros años, le dieron bastante certeza para pensar que esas 32 vidas, incluida la de Israel, se perdieron por hechos descarados de corrupción.
Ana del Carmen fue una mujer valiente. Siempre mostró mucha fortaleza ante lo acontecido y una vez la PDDH ordenó al Estado salvadoreño realizar investigaciones, reconocimiento de la verdad y reparaciones morales a las víctimas, siempre se mostró muy activa en la persecución de esas metas. Pero ella fue más allá, la recuerdo, anciana como era, marchando hacia la Asamblea Legislativa al lado de otros cristianos con un cartel en el cual solicitaba la aprobación de una ley general de agua. Siempre estuvo presente en cada aniversario de la tragedia. Allí han llegado los procuradores de derechos humanos de los últimos once años. Y la veía conversando con cada uno de ellos, los titulares de la institución que siempre ha acompañado a las víctimas de la tragedia.
La valentía de Ana del Carmen se mantuvo aún cuando fue diagnosticada con cáncer. Con hidalguía inició su tratamiento en el Hospital Nacional de la Mujer. Cuando las fuerzas le faltaron ya no le fue posible presentarse a los dos últimos aniversarios de la tragedia. Ella partió con el Señor el pasado lunes y fue sepultada el 31 de diciembre. Otra víctima más que se nos fue sin haber recibido la satisfacción de escuchar al Estado salvadoreño responderle con la verdad, el reconocimiento y las reparaciones morales que demandan este tipo de casos.