El evangelio de Juan muestra un detalle interesante en la vida del Apóstol Simón Pedro, que los cristianos, podemos usar para saber identificar cuando estemos frente a fuego de peligro, con compañía equivocada.
Simón, hijo de Jonás; fue uno de los doce discípulos que nuestro Señor Jesús llamó y a quien puso por nombre Cefas, que quiere decir Pedro, por lo que las santas escrituras narran de él; conocemos que dicho discipulo tenía un temperamento voluble, lo que le llevo a cometer el error más grande de su vida, negar a su maestro, hecho descrito claramente en el libro de Juan 18: 15-25. En el verso 18 vemos como los alguaciles habían encendido un fuego para calentarse porque hacía frío; y en el verso 25 encontramos a Pedro calentándose en ese mismo fuego a la vez que negaba a su maestro por segunda y tercera vez, enseguida de eso canto el gallo, cumpliéndose así, la declaración de Jesús “antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. Mi imaginación no alcanza a comprender la tristeza que embargo a Pedro al escuchar cantar al gallo; ese lamentable hecho me hace reflexionar, en la simplicidad con la que en ocasiones pasamos por alto el conocimiento que tenemos acerca de lo que Dios llama bueno y malo, seducidos por nuestra carne, encontrándonos en la misma posición que Simón pedro, en lugares equivocados compartiendo fuego, aunque no de brazas, pero si, calorcito del pecado con los no creyentes del evangelio o con aquellos que tienen a Dios como religión y no como el Señor en sus vidas. Conociendo que respecto a esto Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos”. Dura palabra, difícil de cumplir en nuestra humanidad, porque ciertamente fallamos a diario, y aunque todos de diferente modo, no hay uno, en todo el planeta que no desobedezca a Dios, nuestro Señor Jesús consciente de esta fragilidad en nuestra humanidad, además de saldar nuestra cuenta con su sangre y reconciliarnos con Dios padre, es nuestro abogado delante de Dios para que cuando fallemos, arrepentidos con decisión firme de no volver a pecar en eso, vengamos a él, (1a. Juan 2:1)
Gracias al estudio de las santas escrituras, he comprendido que el ojo de Dios está siempre observándonos, pero no para castigarnos como muchos piensan, sino para cuidarnos celosamente y para restaurarnos, cuando en nuestra humanidad fallamos liberándonos de la culpabilidad que inunda nuestra razón cuando el pecado daña nuestra comunión con él.
En el capitulo 21 del libro de Juan vemos nuevamente a Simón frente a fuego de carbón, pero en esta ocasión si estaba en el lugar y hora propicia, allí, después de una pesca milagrosa, y cuando hubieron comido, alrededor de carbones encendidos, Jesús comienza a restaurar su apostolado, mismo que perdió cuando al calor de un fuego enemigo, negó conocerle tres veces; curiosamente para esto el Señor formula tres veces una pregunta (1) Simón hijo de Jonás ¿me amas más que estos? (2) Simón hijo de Jonás ¿me amas? (3) Simón hijo de Jonás ¿me amas? La interrogante pudo parecer una simple repetición, pero no fue así, hay mucha enseñanza en las preguntas y podría escribir un devocional diario a lo largo de una semana acerca de ellas y de lo que Jesús quería enseñarle a pedro en cada respuesta. Pero en esta ocasión creo que bastará con saber que pedro se liberó de su culpa afirmando en cada respuesta el amor por su Señor, y con las respuestas de Jesús de “apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas, apacienta mis ovejas”. Le restituyo en su cargo de apóstol afirmando el llamado que le hizo en (Mateo 16:18)
Puedo conocer la felicidad que sintió Pedro al botar la carga de culpa y gozar de la reconciliación con su maestro, porque fue precisamente ese mismo nivel de gozo que sentí cuando Jesús me perdonó y quito la manta de culpa que no me permitía ver lo real que él es, y mucho menos experimentar su amor.
Como humanos somos fácilmente atraídos por situaciones que nos ponen frente a fuego de peligro. De cara a esta realidad, deseo que la experiencia de Simón Pedro sirva para reforzar nuestra intimidad con Dios y que consientes del peligro, a diario nos calentemos con el fuego de su Santo Espíritu que mora dentro nuestro, cuidando así, de la libertad que gozamos todos los que hemos sido hechos hijos de Dios por medio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo.
¡La paz del Señor more en nuestro espíritu!