Toda autoridad terrenal es delegada, no es absoluta ni es para siempre. Solo Dios es soberano sobre toda creación. Él es quien tiene el poder y la autoridad absolutos, por tanto, solo Él puede constituir y delegar autoridades terrenales, y toda autoridad terrenal debe responder ante Él por sus acciones. Las autoridades han sido puestas por Dios para cumplir funciones específicas: proteger a las personas del mal, preservar la vida y la dignidad humana, promover el bien y castigar el mal; y procurar la justicia en todo tipo de relación. Por esto, en la Biblia a los gobernantes se les llama “siervos de Dios”, porque aunque no sean creyentes, deben emitir leyes que promuevan la justicia de Dios (no la de sus partidos e intereses), conforme al orden de la creación y a lo establecido por Él en su Palabra.
Por nuestra parte, como iglesia tenemos la responsabilidad de orar por nuestras autoridades y someternos a ellas cuando emitan leyes que procuren el propósito de Dios. Sin embargo, también debemos ser la conciencia moral de las mismas y reprenderlas cuando no hacen bien. Esto se debe a que el sometimiento a nuestras autoridades civiles no debe ser a ciegas, nos sometemos por causa de Dios, es una cuestión de conciencia que se deriva de entender que son autoridades delegadas por Él. Pero nuestra obediencia civil no es absoluta, tiene un límite: cuando el Estado exige o impone a los ciudadanos hacer lo que Dios prohíbe o cuando les prohíbe lo que Dios ordena. En esos casos la desobediencia no sólo es una posibilidad, sino que es un deber en el cristiano.
Los hijos de Dios obedecemos a nuestras autoridades civiles bajo la premisa ineludible de que hay un solo ser que tiene el poder y la autoridad eterna, no es el Estado, no es la clase política, ni es la Iglesia…su nombre es Jesucristo. Entendemos que toda la creación sirve a Dios, porque Él es el Creador, Soberano sobre cualquier autoridad terrenal, por tanto, sin dudarlo, nuestra obediencia absoluta debe ser a Dios antes que a los hombres.
El estado es solo un medio, un “mal necesario” para refrenar lo que Dios llama malo y promover en la sociedad lo que Dios llama bueno. Por lo tanto, como cristianos no debemos poner nuestra esperanza en la política, ni en los políticos; porque ningún Estado en el mundo es redentor. El único Rey Soberano y Redentor es Jesús; como dice Isaías 33:22 Porque el SEÑOR será nuestro gobernante; el SEÑOR será nuestro legislador. El SEÑOR será nuestro Rey; él nos salvará.
Sin embargo, hay personas se someten a las autoridades políticas con la esperanza de prosperar, estar seguros y gozar de libertades, eso no es otra cosa más que idolatría al estado, porque confían en algún personaje político, sistema, ideología o partido como los instrumentos que los llevarán a gozar de una vida más justa; pasando por alto que todas estas cosas son parte de las bendiciones que solo Dios puede dar a una nación que obedece su Palabra, cuya plenitud será hasta que Jesucristo, el verdadero Rey, Legislador, Juez justo y Salvador venga por segunda vez.
Ahora bien, la idolatría al Estado no es algo nuevo. En la Biblia vemos que una de las razones por las que Dios castigó a Israel con el exilio fue por la idolatría a sus gobernantes, en quienes habían depositado su esperanza para ser protegidos, prosperar económicamente y gozar de paz social
Hermanos, el evangelio nos predica que hay un solo Señor, Gobernador de las naciones: nuestro Salvador Jesucristo. Como Rey, es Él quien nos sustenta, protege, provee, defiende y consuela; pues, a diferencia de los reyes de la tierra, Él es justo, bueno, bondadoso, veraz, confiable, íntegro, amoroso, perdonador y misericordioso. Por tanto, solo a Él debemos alabar, amar, buscar, confiar y anhelar. Hacer lo contrario no solo es pecado, sino que lleva a cualquier nación a la más triste condición de infortunios, injusticias y pobreza, por abandonar al verdadero y único Soberano, hijo de Dios con poder.
Es por todo esto que considero propicio hacer un llamado a mis hermanos cristianos para que oremos, en primer lugar, por nuestro país, para que Dios tenga misericordia de nosotros y nos conceda tiempos de mayor sosiego y armonía. En segundo lugar, exhortarlos a que siempre nos mantengamos en oración por nuestras autoridades, para que Dios les de sabiduría y arrepentimiento por todas aquellas acciones contrarias al orden de Dios que puedan estar llevando a cabo en el ejercicio de su autoridad; pero también para que, en su gracia y misericordia, Dios les conceda arrepentimiento de pecados e imprima el temor del Señor en su corazón. Por último, quiero hacer un llamado a todos aquellos creyentes que en algún momento han puesto más su esperanza y confianza en estos sistemas políticos, funcionarios o candidatos; para que se arrepientan, reconociendo una vez más que solo Jesucristo es nuestro Señor y Rey soberano, por encima de toda autoridad terrenal.