Gènesis 22:17 “…de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar…”
Esta frase es de Johan W. von Goethe: “Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”.
Y me vino a la memoria porque me asombra cuantas personas que se dicen ser hijos de Dios no viven como tales. Mantienen una especie de síndrome de “borrego” porque viven, hacen y se comportan como los demás.
Han permitido que la sociedad los masifique. No han encontrado su verdadera identidad en Cristo que desea que seamos luminarias en medio de las tinieblas que rodean nuestro entorno. Muy pocos son verdaderamente cristianos de influencia. No hay una conciencia de que somos mensajeros silenciosos del Reino de Dios y que a través de nosotros el Señor quiere impactar las vidas de los que no lo conocen.
Pero, ¿como lograrlo si nosotros no estamos siendo tratados como Èl quiere que nos traten?. Lógicamente si no nos comportamos como estrellas nadie nos tratará como tales. No brillamos, no iluminamos ni afectamos las vidas de otros que deseen ser lo que debiéramos ser.
La Biblia dice: “Diga el pobre, rico soy”. Porque lo que la Palabra desea es que lleguemos a ser lo que ella nos dice. Es por eso que la frase de Goethe es lapidaria. Si yo trato a nuestro jardinero como tal, seguirá siendo un jardinero. Pero si le doy un trato de caballero, aunque trabaje como jardinero se conducirá como un caballero. Las palabras tienen poder. No solo para influenciar sino también para transformar a los seres humanos.
Tristemente hay cristianos que todos los pisotean. Les pisotean sus derechos, su dignidad, su autoestima. Todo porque se comportan como “granos de arena”. Aunque los están tratando mal y les rebajen sus dignidad siguen allí, soportando silenciosamente “para la Gloria del Señor” todos los abusos que a los demás se les ocurren. No se atreven a romper los paradigmas sociales que los humillan dándoles migajas de lo que sobra porque no se creen dignos de acudir al Padre del Reino para que les supla sus necesidades y les ayude en sus batallas personales. Prefieren tenderle la mano al hombre o al rico y poderoso de este mundo, en lugar de dignificarse y tenderle la mano al Dios Todopoderoso que nos ha salvado y puesto en lugares celestiales juntamente con su Hijo Jesus.
Los hijos de Israel son un claro ejemplo de lo que estoy escribiendo: Dios los sacó de la esclavitud de Egipto. Allí los hacían trabajar todo el dìa bajo un sol abrasador. Soportaban hambre, sed y vejaciones. En medio de todo, ellos clamaron al Dios del Cielo y Èl los escuchó. Les envío un libertador -Moisés-, para que los libertara del yugo denigrante que los humillaba y minimizaba.
Todos creemos que estaban contentos con su liberación. Todos esperábamos que estuvieran agradecidos con el Señor y con Moisés. Pero no fue así. En la primera prueba que tuvieron frente al mar Rojo expresaron la verdad que abrigaban en sus corazones: asombrosamente pidieron volver a Egipto.
¿Volver a ser esclavos? ¿A quién se le puede ocurrir semejante cosa? ¿Volver a sentir en sus espaldas el látigo opresor de los capataces? ¿Regresar al hambre, la sed y el aislamiento? ¡Vamos! hay que ser muy “arena” para permitir que el orgullo, la soberbia y la ignorancia nos lleve a desear tal grado de degradación.
Sin embargo no hay que estar frente al desierto y el Mar Rojo para hacer lo mismo. Basta con un poco de hambre para decirle a Dios que no es cierto eso de la leche y la miel. Que es mejor regresar al mundo de donde hemos salido porque “allí comíamos mejor que ahora que somos evangélicos. Que antes vivíamos mejor. Que en nuestro trabajo anterior ganábamos mejor salario. Que allá, en el barrio aquel todo sucio, lleno de grafitis y rodeados de pandilleros nos iba mejor porque no pagábamos tanto de luz, agua y comida”. Granos de “arena” que no queremos que nos traten como “estrellas” sencillamente porque no lo creemos ni nos sentimos como tales.
No, no tiene la culpa ni la Iglesia, ni el gobierno ni Abraham ni nadie màs que yo. Yo decido como me traten los demás. Si como una estrella que brilla en medio de la oscuridad o un grano de arena que cualquiera puede pisotear. Siempre le he dicho a las mujeres: ¿Quieren ser tratadas como damas? Vistan, hablen y compórtense como damas. Lo mismo aplica a los hombres. Ustedes deciden: estrellas o arena.
Soli Deo Gloria