1 Sam. 1:8 “Entonces Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?”
La mayoría de las veces nosotros los pastores estamos atentos a cuidar y proteger al rebaño que el Señor nos ha encomendado. Y eso es bueno. Ser pastor de una congregación, no importa el tamaño ni el barrio donde se congregue tiene la misma responsabilidad que otro que tenga un megatemplo en un paìs de muchos recursos. O en el nuestro.
Hemos sido enseñado por los institutos bíblicos y por los estudios que realizamos a ser buenos administradores de la grey de Dios y de los recursos que Èl nos confía. Pero lamentablemente se nos olvida el resto del paquete.
La Escritura contiene muchas exhortaciones a los lìderes que Dios levanta para que sean los encargados de pregonar su Reino y alimentar a su pueblo. Sin embargo también contiene muchas exhortaciones con respecto al cuidado que debemos tener por nuestra esposa.
Lo enseña el Antiguo Testamento y el Nuevo. No importa por donde lo veamos, tenemos el deber de cuidar a la primer oveja de nuestro ministerio: Nuestra esposa.
Se han conocido pastores de mucho éxito ministerial, grandes predicadores y excelentes fundadores de ministerios alrededor del mundo. Hombres que han dejado huellas en sus caminos que muchos siguen e imitan. Hombres que dieron el todo por el todo para llegar a la meta de su llamado. Solo que fallaron en una cosa.
Fallaron en su verdadero ministerio que era el cuidado y la restauraciòn física, emocional y espiritual de la esposa. A ella la dejaron en el olvido, que Dios se encargara de ella y ese fallo marcó una gran diferencia en el respeto y el reconocimiento de su valor como ministro de Dios y del Evangelio.
Porque es irónico que mientras el pueblo admire y respete al pastor que los cuida y los alimenta, en su casa la esposa lo rechaza, lo ignora y no lo respeta. Eso es debido a que muchos no fueron enseñados o no quisieron atreverse a cumplir el primer ministerio de su vida que es el cuidado y protección de su esposa. Ergo: Si la esposa no apoya al pastor en su ministerio y en su mensaje a la iglesia, de nada sirve todo el elogio que pueda recibir de su congregación. Otra ironía que se nota en algunos grandes (?) hombres del púlpito, es que han sido excelentes para mantener vivas grandes obras del Reino de Dios, pero han sido incapaces de mantener vivo un hogar. Divorcios, abandonos y fracasos matrimoniales se están volviendo el pan de cada dìa.
Escribo todo esto porque he tenido el privilegio de dar consejería a muchos de mis hermanos pastores en donde no logran “entender” a sus esposa y se cansan de tratar de mantener la barca a flote pero en cualquier momento se desmoralizan y abandonan la lucha. Se buscan “otra” para volver a empezar sin darse cuenta que el problema no está solo en la mujer sino en ellos. No se han capacitado ni han estudiado las Escrituras con respecto al rol que el hombre debe jugar en la vida de la mujer. He allí el fracaso de muchos de ellos.
Peru, Guatemala, Estados Unidos, México y otros países en donde he tenido el privilegio de dar las charlas matrimoniales a las que me han invitado he escuchado la misma queja de parte de las mujeres: Mi esposo no me entiende. Y ese es el quid de la cuestión. La mujer no espera que solo se le diga que la aman. Ellas quieren sentirse amadas. Y la forma en que ellas conciben que el esposo la ama es cuando èl se preocupa por ella. Cuando la atiende en sus momentos difíciles que ni ella se entiende, que èl le dedica el tiempo suficiente para hacerla sentir que es lo màs importante en su vida. Que el hombre que la sacó de su casa y que se comprometió a amarla, ahora se convierte en su padre, amigo, protector y confidente. Que cuando se siente mal no le receta pastillas sino que ora por ella. Que si no come le pregunte por qué y no que quiera llevarla al médico. Que le pregunte, que investigue qué le afecta, que la entienda, que se interese por ella. Eso fue lo que hizo Elcana y logró ministrar el corazón dolorido de Ana y orillarla a hablar con Dios de su problema. Dios respondió, Ana tuvo su hijo y Elcana cumpliò su deber. ¿No se han preguntado por qué ese episodio sucedió en el Templo y no en su casa? El problema de Ana no eran los celos. No era Penina. No era su baja autoestima. No era su educación ni su carácter. El problema de Ana era su necesidad íntima que hasta ahora Elcana se da cuenta. Y la ayuda y logra levantar a su amada esposa. Cinco papeles, cinco roles son los que debemos jugar los hombres en el hogar. Cinco.
El éxito ministerial, mis amigos, no consiste en brillar en el mundo ni en el ministerio. Consiste en que nuestra esposa dé testimonio que convive con un verdadero hombre de Dios y no con un farsante.
SOLI DEO GLORIA