Mateo 7:9 «¿O qué hombre hay entre vosotros que si su hijo le pide pan, le dará una piedra,
o si le pide un pescado, le dará una serpiente?”
Los padres son admirables. No lo digo porque realmente sean admirables en el buen sentido de la palabra. Son admirables por el lado negativo. Dèjenme explicarme:
Hay padres -y hablo de los dos, por supuesto-, que se esmeran en dejarles a sus hijos una buena preparación profesional y académica. Eso es digno de admirar. Invierten grandes sumas de dinero para la educación de sus hijos. Su sueño es que ellos los superen y alcancen metas que ellos mismos no pudieron o no quisieron alcanzar.
Cuando David llegó al campamento a visitar a sus hermanos, por orden de su papá Isaì, se encontró con una sorpresa: El ejército estaba siendo amenazado por un gigante que los insultaba, los retaba y los amenazaba con esclavizarlos. Todos tenían miedo. Estaban atemorizados por las amenazas del filisteo. La amenaza era real. No estaban jugando a la guerrita. Era un asunto de vida o muerte. Nadie se atrevía a hacerle frente al gigante de Gat que les afrentaba y retaba para que pelearan contra èl. Usted conoce la historia. Saúl, al enterarse que en medio de ellos había un joven que se ofreció a hacerle frente, pensò en darle lo mejor que èl podía darle: su armadura. Vea como somos los humanos en tiempos de crisis. Saúl media aproximadamente metro ochenta. Era un hombre alto, fornido y que se hacia notar por su porte. David era un niño de diez y siete años, flacucho, en pleno desarrollo físico, y quizá de un metro cincuenta de altura.
¿A quién se le ocurre que un muchacho de ese tamaño se ponga una armadura de un hombre como Saúl? Había que estar desesperado totalmente para pensar que le iba a ajustar. Con razón, cuando David se la pone, lo primero que vio era un tremendo estorbo. Le quedaba totalmente desajustada. Era como un disfraz que le colgaba por todos lados. No solo se veía sino que se sentía ridìculo el muchacho. No, dijo, no puedo andar con esto. Mejor uso lo que siempre he usado contra los enemigos de mi rebaño. Mi honda y mis piedras.
Así somos muchas veces los padres: Queremos que nuestros hijos se pongan nuestra armadura. Y los estorbamos. No queremos que ellos sean dirigidos por Dios y que Sus planes se desarrollen en sus vidas. Queremos que ellos sean como queremos. En lugar de que sean temerosos de Dios, que sean temerosos de la sociedad. Les exigimos que saquen diez en sus estudios aunque saquen cero en santidad. Que se hagan un nombre entre los exitosos de la tierra aunque se alejen del Cielo. Que estudien sus ciencias que les darán dinero aunque no estudien la Biblia que les darán la vida eterna. Que estudien, que construyan su torre de Babel para que al final sean confundidos. Esa es la realidad del humanismo cristiano.
Hay madres que les impiden a sus hijos a asistir a la iglesia con el pretexto de que están muy cansados los “pobrecitos” porque ha estudiado mucho. Otros padres les exigen que primero se gradúen y que después se dediquen a servir al Señor que los ayudo a pagar sus estudios. Triste, pero cierto. Porque cuando se gradúen, también, junto con el título algunas señoritas llevan en su vientre a un nieto sin padre, un jovencito llevara una botella de licor y otro màs podría llevar a un homosexual como pareja.
¿Era eso lo que deseaban los padres de sus hijos? ¿Buenos profesionales pero malos referentes sociales? Sì, estudiar es necesario, es bueno. A mis setenta y dos años aún estoy estudiando para mantener ocupadas mis neuronas, pero también enseño que, como dice Eclesiastés: Acuérdate de Jehovà en los días de tu juventud para cuando lleguen los días malos. En esto es que son admirables los padres: No prevén el futuro espiritual de sus hijos y les arruinan su relación con Dios. Aun habiendo nacido en hogares evangélicos, muchos hijos resultan de peor testimonio que hijos criados en hogares no creyentes.
Lo mejor que Saúl le pudo dar a David fue su armadura oxidada, pero no le pudo dar su corazón. Y por eso perdió el reino. Perdió el favor de Dios. Perdió sus promesas. perdió todo.
SOLI DEO GLORIA