Por Pastor Mario Vega.
La palabra represión alude a la acción de reprimir; ésta se origina del latín “reprimere”, que refiere a la acción de oprimir. Reprimir es entonces contener, frenar, moderar. Así se habla de reprimir la risa. Reprimir el llanto. Reprimir el hambre. Reprimir a los huelguistas. Es el esfuerzo por suprimir los efectos visibles de causas que no son siempre tan evidentes. Es igual que un torniquete cuya función es la de contener una hemorragia en tanto la persona recibe atención médica. El torniquete es solo una medida paliativa en tanto se resuelve la causa de la hemorragia. Cuando se habla de la represión del delito, se alude al uso de la fuerza que hace el Estado con el propósito de frenar, atenuar o eliminar la comisión de delitos. En la etimología misma de la palabra se sobreentiende que la represión es de un carácter pasajero y que no resuelve las causas de la situación que se enfrenta.
En el caso de la violencia, las causas son las carencias, la desigualdad y la desesperanza que provocan en las personas, sobre todo en niños y jóvenes, un sentimiento de humillación. La ausencia de valores privan a esas personas de las herramientas para manejar adecuadamente su estado de humillación abrumadora. La sensación de inadecuación que vive, sumada a los factores de riesgo que abundan en la sociedad, dan como resultado el caldo de cultivo donde la violencia brota. Cuando las medidas de represión se vuelven extraordinariamente duras y sobrepasan el respeto fundamental a la vida y a la integridad física, la sensación de humillación se vuelve más intensa, y con ello, el círculo se cierra y el resultado será más violencia.
Todo ello no significa que haya que abandonar la persecución del delito. Esa es una responsabilidad indeclinable del Estado. No obstante, la represión debe estar basada en criterios de prueba científicos y técnicos, no en el vaivén de la aprobación pública. Las acciones deben ser las que dicta la inteligencia y no las que persiguen la popularidad. Al fin y al cabo, el impacto ilusorio es transitorio y pronto la ciudadanía percibirá la deficiencia. Pero, además, es necesario acompañar a las acciones punitivas con una política nacional de prevención a la violencia. Ella debe tener como finalidad el revertir o mitigar las condiciones que producen el sentimiento de humillación. Eso es algo complejo que demanda una buena dosis de voluntad, priorización e inversión. Al no hacerlo de esa manera, los muy modestos logros en materia de seguridad de los últimos dos meses serán sumamente pasajeros. Como pasajeros fueron los resultados cuando se le asignaron al Ejército tareas de seguridad pública. Por algunos meses los homicidios se redujeron, pero después, no solamente volvieron al nivel anterior sino que se incrementaron escandalosamente. Precisamente por ello es que hoy se requiere de medidas extraordinarias. Después de esto se necesitará de lo extraordinario dentro de lo extraordinario. La represión solo puede contener, no resolver. Cuán importante es tomar conciencia y acción para elaborar una política integral de respuesta a la violencia. Que pase de lo coyuntural a lo estratégico, del gobierno al Estado y del oportunismo a la responsabilidad. En todo lugar donde se ha aplicado represión dura el resultado ha sido más violencia; pero, en todo lugar donde se ha aplicado prevención el resultado ha sido la disminución de la violencia. Eso en todo país y en todo tiempo