Por: Mario Vega / Pastor General de Misión Cristiana Elim
En la actualidad un nombre es solo un medio de identificación. Pero en los tiempos bíblicos el nombre representaba al individuo mismo, con toda su naturaleza y sus atributos. El nombre de Dios es tan importante como lo es su esencia. La Biblia asume una estrecha relación entre el nombre y el renombre. La reputación divina es una cosa preciosa y por eso el mandamiento declara: «No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano; porque no dará por inocente el Señor al que tomare su nombre en vano». Esta prohibición está diseñada para proteger el nombre divino de ser usado de cualquier manera que desprestigie a Dios o los propósitos de Dios para el mundo. Un tema central que está en juego para Dios es la declaración de su nombre al mundo y el efecto que producirá el escucharlo. ¿Las personas experimentarán atracción o rechazo? ¿o permanecerán indiferentes? Si ese nombre se ha visto afectado de alguna manera por la forma en que ha sido utilizado o por las prácticas con las que se ha asociado, entonces las intenciones divinas pueden verse obstaculizadas en su realización. O si la misma declaración del nombre en sí se usa de manera engañosa o falsa, Dios no tratará ese obstáculo a sus intenciones a la ligera.
Las discusiones sobre este mandamiento a menudo han limitado su aplicabilidad. Se ha enseñado que se refiere al uso del nombre divino en magia o adivinación, juramentos falsos o blasfemias. Este puede ser el caso, pero hay más en juego. El nombre de Dios se asocia comúnmente con frases vacías o religión fácil o intereses políticos. De ese modo, el nombre de Dios se arrastra al nivel de los contextos en los que se utiliza. A medida que las personas lo escuchan manoseado, pueden asociar el nombre de Dios con una causa que desean evitar o rechazar. En consecuencia, no se sentirán atraídos por ese Dios y su nombre no recibirá su debido honor y respeto. Quien menciona el nombre de Dios, le pone como testigo autorizado de lo que afirma, lo cual, puede ser despreciable o falso. Es un recurso de quien usa el nombre divino de adquirir una credibilidad que no posee. Al usar el nombre trata de instrumentalizar a Dios para sus propósitos, a la vez que tácitamente reconoce no poseer una palabra de integridad que cumplirá.
En el nivel más profundo, el uso del nombre de Dios es también una cuestión de misión. Dios no es solamente su nombre y su renombre, también es su mensaje; el cual, se resume en la reconciliación de Dios con el hombre y de los hombres entre sí. Es la buena nueva de perdón y compasión que Jesús anunció, el eje rector de su enseñanza y su práctica. Muchas expresiones de amargura, odio y maldición se dicen en el nombre de Dios, lo cual, constituye una aberración, ya que esas afirmaciones ofenden la reputación y honor de Dios como creador de un mundo nuevo reconciliado. La fe en Dios hace a las personas modestas y humildes. No se honra a Dios mientras al prójimo se le desea la ruina o la muerte. El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Coherencia, se requiere coherencia. Dios no resolverá los problemas del mundo con destrucción, sino con redención. El uso de su nombre exige la adhesión a su naturaleza y a sus objetivos. Cuando se logra, no se necesita invocarlo como testigo. La credibilidad es suficiente. Hablar es plata, pero el silencio es oro.