Por: Mario Vega – Pastor General Misión Cristiana Elim
La amenaza de la pandemia ha hecho que la ansiedad y el miedo se conviertan en sentimientos muy comunes. La posibilidad de contagio es alta y el virus circula con bastante amplitud. ¿Hay alguna razón para tener esperanza frente a esta crisis de salud? La esperanza está relacionada con la expectativa humana, la confianza y el saber esperar. Posee mucha relación con el futuro que se aguarda. Pero, siendo tan importante, muchas veces la esperanza no se comprende de manera adecuada. El error más común es el de confundirla con el optimismo. Pero existe una clara diferencia entre optimismo y esperanza.
El optimismo es pasivo, porque las personas tienen confianza en que las cosas estarán bien por sí mismas. Son optimistas que confían en que la crisis terminará y amanecerá un nuevo día que traerá salud y tranquilidad. Por su misma naturaleza, el optimismo invita a la pasividad. Por el contrario, la esperanza activa el servicio. Es verdad que también confía en que las cosas estarán bien, pero reconoce que hay que trabajar por ese bienestar. Se aferra a un futuro promisorio, pero se dispone a hacer el esfuerzo y el sacrificio que demanda alcanzarlo. No se contenta con ser optimista sobre lo que vendrá, sino que trabaja y sirve a los demás en el camino que conduce a la nueva realidad. El optimista cree que la fortuna le sonreirá y que el virus no le afectará a él ni a los suyos; quien tiene esperanza no deja las cosas al azar, es muy cuidadoso en seguir las medidas de prevención y así protege a su familia y a los demás.
El optimismo sobrelleva el sufrimiento como un estado excepcional necesario, esperando que termine pronto. Pero la esperanza, la que es cristiana, acepta el sufrimiento como parte del proceso de la espera. Es el grano que muere para producir nueva vida, el dolor que lleva al alivio y la aflicción que conduce a la paz. Acepta el sufrimiento como camino necesario que conduce al mañana mejor. La esperanza es la que no teme servir a los demás incluso con la probabilidad de un contagio. La esperanza no se contenta con salir indemne de la situación, anima a abandonar la seguridad propia para enfocarse en los más necesitados. En clave teológica es participar de los sufrimientos de Cristo para, luego, participar de la gloria de su resurrección. Si se sufre con él se es glorificado con él, lo uno lleva a la otro. Eso convierte a la esperanza en imbatible. Sostiene en las épocas difíciles y da ánimos para continuar trabajando.
La esperanza siempre encuentra el espacio para el servicio. Conocemos el virus y sabemos cómo se contagia. La esperanza no lo subestima, sino que lo respeta y lo trata con cautela. Cuida de que cada niño lave sus manos a conciencia y que cada anciano sea protegido con dedicación. Vela porque cada cual tenga su mascarilla y la ajuste correctamente. Anima a cuidar del distanciamiento adecuado y es incansable en su insistencia. La esperanza motiva a los trabajadores médicos a cuidar de los graves y entregarles una dosis de humanidad. Se esfuerza por utilizar hasta el último recurso y no da nada por descartado. La esperanza es capaz de ver la luz en medio de la oscuridad. No se rinde, siempre persiste en su voluntad de hacer el bien y ayuda al decaído a caminar hacia el mañana que vendrá. Siempre permanecen la fe, la esperanza y el amor.