Yo nací y crecí en el Evangelio bajo la batuta del Dr. Ríos. Un hombre de Dios que nos enseñò la Palabra tan profundamente que años después, hablando con mi esposa, repetimos muchas veces sus dichos y enseñanzas. Honro su memoria. Fue un predicador tan profundo que marcó la vida de una generación que hoy son pastores de renombre y de carácter para el Reino de Dios.
Pero solamente nos enseñò el Evangelio de resta. Nunca de suma y agrega. Nos enseñò a quitarnos las manchas del pecado en nuestras vidas, a vestirnos con manga larga y pantalón oscuro. Nada de colores vibrantes que llamaran a la lujuria. Nos enseñò a ser serios y recatados. A las mujeres les enseñò a nunca cortarse el cabello. Mientras màs largo, màs santas. Nada de maquillaje porque eso despertaba lascivia y solo lo usaban las egipcias. El futbol era deporte del Diablo así como la televisión. ¿Mùsica? Solo himnos de hacia cien años. Usábamos un himnario con páginas blancas, azules, celestes y amarillas. Cada coro tenia su propio color. Ah, y solo se usaban las palmas de las manos. Era el evangelio de resta. Quìtate esto, quítate lo otro. El oro era del infierno, quítese esos aritos hermana. El reloj de muñeca no le agradaba al Señor. Las hermanas, mientras màs serias y duras, màs santas.
Y así crecimos muchos. Nunca nos enseñò a agregar algo. De manera que nos fuimos creyendo màs que los demás. Nuestra congregación era la sucursal del Cielo en la tierra. Los demás eran del Diablo. No hacíamos amigos, ni les hablábamos para que no nos contaminaran. Èramos el epítome de la pureza. Pero nunca le agregamos nada a nuestras vidas. Nos enseñaron un Evangelio seco, arrugado como papiro y con la ùnica visiòn de vivir con la cabeza y el cuerpo metidos en el cielo que era nuestro hogar.
Sì, èramos temerosos de Dios, como los prosélitos del primer siglo, pero no lo conocíamos verdaderamente porque no nos habían enseñado a ser gentiles, amables y agregar algo a nuestro conocimiento teológico. Nos habíamos vuelto expertos en la vida apocalíptica, nos conocíamos como era la Espada de Dos filos, quien era el Anciano de Dìas y como era la Bestia que había de venir por los pecadores del mundo. Nos enseñaron a sentir las llamas del infierno bajo nuestros pies cuando caíamos en algún pecado. ¿Enamorarse? ¡¡uuuyy no!!, no había tiempo para el amor, mucho menos para tener esposa e hijos porque el Señor ya estaba a la vuelta de la esquina. Nos robaron el privilegio de vivir, de gozar los bienes de este mundo, porque para aquel tiempo y aquel maestro que nos engendró para Cristo nos dijeron que todo era pecado. El mar, la playa, las ferias del barrio, la rueda de Chicago eran del infierno. Todo era del Diablo. Nada era de Dios y sus hijos.
Hasta que conocimos la otra cara de la moneda. Aprendimos que reírnos con una buena y santa carcajada no es pecado. Aprendimos a creer en la Palabra de Dios y no en la de un hombre. Jesus nos enseñò que los colores de la vida son alegres, vibrantes y que es emocionante creer en un Dios que quiere sorprendernos. En un Dios que nos aparece de pronto en los lugares menos esperados como a Moisés. Nos enseñò a hacer buenos amigos, a estrecharnos las manos, a darnos un buen abrazo de amistad sincera, nos enseñò a amar a otros, a respetarlos y creer que nuestro Dios también es su Dios. Nos enseñò a regalarle perdón a los que nos lastiman y traicionan. Jesus nos instruyó en el camino de la fe que hasta hoy vivimos en èl. Nos enseñò que los hombres también pueden y deben expresar el cariño y sobre todo nos enseñò a decir “te amo” sin que eso signifique sexo.
Jesus llegó a nuestras vidas y mi esposa empezó a darse cuenta que maquillarse, arreglarse el cabello y sonreír debidamente no era de las egipcias sino de las hijas de Dios como Esther, como Ruth, como las mujeres de la Biblia, yo empecé a conocer un estilo de vida diferente, le empecé a agregar a mi fe el privilegio de invitar a tomar un café a algún amigo con quien compartir la Palabra y los milagros que Dios estaba haciendo en nuestras vidas. Empezamos a conocer que podíamos invitar a alguien a almorzar a nuestra casa sin que fuéramos contaminados con nada porque lo que contamina es lo que sale del corazón y no lo que entra al estómago. Jesus transformó nuestra creencia de que no èramos dignos de disfrutar un buen traje, un buen par de zapatos de otro color que no fuera negro o café. Agregamos a nuestro conocimiento de la Palabra el privilegio de disfrutar de un buen asado Angus y que eso no era solo para los impíos del mundo. Supimos que Dios lo había hecho para nosotros sus herederos. El evangelio de resta había quedado atràs. Ahora entendimos que hay que agregarle a la fe de ser salvos, una buena tajada de alegría y emoción por la vida nueva.
Con el Espíritu Santo aprendimos que hay que agregarle algo màs a la Santidad. Y entonces comprendí lo que dijo Pedro: “añadid a vuestra fe…” Eso creo y eso enseño.
SOLI DEO GLORIA