Juan 19:21 “Pilato, pues, tomó entonces a Jesús y le azotó. Y los soldados tejieron una corona de espinas, la pusieron sobre su cabeza y le vistieron con un manto de púrpura; y acercándose a Él, le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas”
A causa de estar con contacto con mucho pueblo de Dios, con personas que se dicen cristianos y seguidores de Jesús, que se congregan en iglesias y todavía más, que ostentan privilegios en sus espacios de adoración, me he dado cuenta cuanta burla provocan en sus vecinos y compañeros de trabajo, personas incrédulas, adoradoras de religión y decepcionados de la Iglesia y de Jesús por sus acciones que niegan realmente su confesión de fe.
Cuántas veces hemos escuchado que muchos nos critican por la mala conducta de algunos que no saben realmente a que reino pertenecen. Falta de identidad cristiana en unos. Falta de convicción en otros, y descuido en su vida de santidad en la mayoría.
En la historia del Segundo Templo, el tiempo en que apareció el Hijo del Hombre predicando las Buenas Nuevas para el pueblo escogido desde la antigüedad, los que rechazaron esas enseñanzas, no fueron los del pueblo común. Fueron los líderes. Fueron los que cuidaban la religión establecida por sus Leyes y mandamientos. Fueron los que se abrogaron el derecho de decidir quién era Mesías y quién no. Fueron los que se habían adueñado del Templo y su culto a Jehová quienes decidieron que el Hombre que andaba predicando verdades que ellos no alcanzaban a comprender le negaron el acceso a la misma Casa de Dios. Lo mismo que sucede hoy. Si tal asociación de líderes cristianos no tiene en sus listas a alguien que no piensa como ellos, no predica como ellos y no actúa como ellos, no puede ser un enviado por Dios. Sus credenciales no llenan los requisitos que ellos han puesto para darle reconocimiento a un joven apasionado que quiere desarrollar su propio llamado y su propia visión.
Ellos, los dueños de la religión de Israel, habían enseñado que ellos y solo ellos “eran el camino al Cielo”. Ellos eran la puerta para que entraran los demás a la Presencia de Dios en el Templo. Solo ellos podían autorizar quien entraba y quién no. De pronto aparece un predicador llamado Jesús que enseña lo contrario. Es por eso que dijo: “Yo soy La Puerta”, “Yo soy el Camino, la Verdad y le agregó, La vida”. Eso los enojó porque les estaba quitando -según ellos- la autoridad que habían impuesto al pueblo ignorante que no conocía las Escrituras.
Y fue cuando cometieron el error más grande de sus vidas: rechazarlo. Y no solo lo rechazaron en sus reuniones hipócritas disfrazadas de santidad, sino también se atrevieron a llevar al mismo Hijo de Dios ante un gobernador impío e ignorante de la verdad. Por eso, en un momento le preguntó a Jesús: “¿Qué es la Verdad?, pregunta que Jesús ni se tomó la molestia en responderle. De allí en adelante, los religiosos provocaron con sus malas acciones que unos hombres paganos cometieran el abuso de pisotear la dignidad de la misma Palabra de Dios que según Juan, es Jesús y lo cual nosotros creemos sin ninguna duda razonable.
A partir de ese momento, todo lo que se desencadena es burla, traición, abuso y muerte de la Palabra de Dios, del Memra Divino.
La horrible tragedia que leemos en el Evangelio de Juan es que la misma Palabra de Dios estaba siendo humillada por soldados paganos debido a las acciones de los líderes de los judíos. De acuerdo con Juan, después de ridiculizar a Jesús, Pilatos añadió más burlas aun al permitir que los soldados vistieran a Jesús con un manto de púrpura, señal de realeza y abolengo, como una cruel burla de decirles a los judíos: “Vean lo que hago con su Rey”. Pero el abuso no quedó ahí, pues sigue diciendo el escritor que los soldados paganos e incrédulos ignoraban en realidad quién era el Hombre que tenían delante de ellos. Ignoraban era el Rey del Universo, el mismo Dios en Persona, le insultaban y lo golpeaban en el Rostro. Otro masoreta nos dice que uno de ellos lo escupió sin una razón lógica. La burla llevada al extremo. O el extremo de la bajeza humana ensañándose con un indefenso, víctima del desprecio de su propio pueblo.
¿Qué estaremos haciendo que provocamos que muchos incrédulos se burlen de Nuestro Señor? ¿Qué conductas reprochables hemos tenido para que otros se rían de nuestro Dios? Pastores: ¿Que ha sucedido con nuestra santidad y estilos de vida para que aún muchos cercanos a nosotros no crean en el efecto limpiador y sanador de la Palabra de Dios? Cuando alguien nos ve, nos escucha y nos sorprende en alguna falta, no dudemos que se reirán de Jesús y luego nos escupirán en el rostro esa famosa frase: “Y dice que es cristiano…”
SOLI DEO GLORIA