No es un secreto que la mayoría de hijos cuando ya son adultos se duelen de que sus padres no los quisieron o no los amaron como ellos creen que debían haberlo hecho. Eso nos pasa a la gran mayoría cuando no entendemos los ciclos por los que pasa el ser humano. La Neurociencia nos está enseñando muchas cosas con respecto a la conducta del hombre, hombre en general. Tanto el hombre como la mujer vamos madurando con el tiempo, vamos desarrollando emociones, sentimientos y acciones que no sabíamos que existían dentro de nosotros. A eso se llama madurez. Claro que no todos logran llegar a ese nivel de crecimiento emocional o intelectual.
Lamentablemente hay personas que nunca crecen lo suficiente como para desarrollar virtudes y caracteres que muestren que han crecido en su fuero interno, son personas que se quedaron estancadas en algún punto de su desarrollo emocional y actúan, a pesar de los años físicos que puedan tener, como si fueran niños o niñas malcriados y berrinchudos que solo quieren lograr lo que desean.
Pero un crecimiento sano y vigoroso mental y físicamente, dará muestras de algo maravilloso que sucede en el cerebro del ser humano. Dios nos formò para que llegáramos a ser como Èl. Lograr llegar a ser parecidos a Jesus su Hijo pero para eso se necesita una vida libre de traumas y reconocer que podemos cambiar de acuerdo a nuestra edad y estatus.
Es por eso -con mis disculpas del caso-, que vemos señoras de edad madura actuando como niñas, usando minifaldas, con apariencia juvenil pero no porque se sientan así, sino por el estatus quo que las domina y se niegan a envejecer con la dignidad que los años exigen. Hombres maduros de edad, cuarentones como se dice, relacionándose con jovencitas como si fueran de su misma edad, vistiendo de maneras juveniles sin darse cuenta que se están negando la preciosa oportunidad de agregarle sabiduría y virtud a sus años.
Antes de esta década, solo era la mujer la que se negaba a ser vista como señora. Maquillajes a granel, Botox en sus rostros y labios, tintes en el pelo y manicura semanal eran sus deleites. Dietas al extremo de la bulimia y anorexia para parecer màs jóvenes eran su preocupación. Pero ahora, en este siglo también los hombres han sido leudados con ese síndrome de negarse a envejecer con la dignidad que las canas nos brindan. Ellos también se inyectan Botox, se hacen estiramientos faciales e implantes de cabello para seguir pareciendo artistas de cine oxidado. ¿Què ha sucedido? El hedonismo, narcisismo y otros síndromes han atacado al ser humano. Ya casi no vemos abuelos disfrutando a sus nietos, abuelas consintiendo nietas.
Muchos hijos, cuando ven a su padre siendo tierno y tolerante con sus hijos de ellos, o sea sus nietos, lo primero que piden es que no los consienta. Que no les tolere sus malcriadezas y que haga algo. “Recuerde, papá, que conmigo no fue usted así”, es el reclamo que se escucha de los labios de esos hijos ahora que son adultos y tienen su propia familia. ¿Que sucedió para que aquel padre duro, disciplinado y exigente ahora haya cambiado con los nietos?
Lo que sucede es que no es poco frecuente observar que los hombres pueden ser mucho màs cariñosos como abuelos de lo que fueron como padres, lo cual se debe, fundamentalmente, a que han ido incorporando elementos femeninos a lo largo de su vida, pero, por sobre todo, está el hecho de que el objetivo que tenían con los hijos no era precisamente quererlos o consentirlos, sino màs bien educarlos, con los nietos, en cambio, su objetivo es màs bien quererlos o consentirlos.
Con el devenir del tiempo, en el cerebro masculino han habido cambios que -aún sin darse cuenta-, el hombre ha ido agregando emociones y sentimientos que siempre han estado allí pero en la época de padre no supo distinguir o se ocultaron para permitirle ser el padre que quiso ser. Justifica su conducta alegando que se trata de sus “hijos”.
Es por eso también que muchos hombres se ponen màs llorones a medida que envejecen, ya que van tomando contacto con sus emociones, pues sus facetas productivas o de logros externos van disminuyendo y dejan el espacio necesario para poder valorarse en términos màs emocionales. Ya en la segunda adultez, el hombre ha alcanzado parte de sus metas y ahora tiene màs tiempo para darse cuenta que necesita de las emociones femeninas para sentirse vivo y realizado. Y, ¿como reacciona la mujer ante este espectáculo al ver a su hombre desecho en ternura ante la presencia de una linda nieta? “¡Qué raro, èl no era así!” es la única explicación al cambio. Interesante, ¿no les parece? Concluyo con esto: Es hermoso haber nacido hombre. Pero es màs hermoso haber nacido mujer.
SOLI DEO GLORIA