Mateo 8:2 “Y he aquí, se le acercó un leproso y se postró ante El, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme”
Hoy estamos viviendo episodios parecidos a lo que el hombre de esta historia vivía por mucho tiempo. No sabemos cuánto tiempo duro su enfermedad. Vivía aislado de todo y de todos. Su comida era la basura del pueblo y sus amigos eran como èl. Nadie los aceptaba cerca de nadie por temor al contagio. Eran zombies vivientes. Las ratas eran su mejor compañía por las noches. Sus cuerpos se deshacían en trozos sin que ellos sintieran dolor alguno. Carecían del màs mínimo respeto. No podían ver a su familia ni mucho menos acercarse a ellos. No usaban tapabocas como nosotros, usaban una campanilla para anunciar que eran inmundos y que tuvieran cuidado los otros de no acercarse a ellos.
Pero, ¿cual era el dolor màs grande de este hombre? Las llagas eran hasta cierto punto soportables. El hambre era algo pasajero de tiempo en tiempo. No llegar a su casa era algo que se podía hacer de lejos. Ver a su familia igual. Entonces, ¿de donde le llegaba el dolor màs cruel? No de adentro de su cuerpo ni de su condición social. Su dolor màs grande era que nadie lo tocaba. Nadie se compadecía de èl y le daba un toque para hacerlo sentir vivo. Un toque de ternura, de cariño, de amor. Un abrazo por lo menos. O una mano sobre su dolorido hombro. Ese era su tormento màs doloroso.
Por eso cuando va a Jesus le dice algo que nos lleva a la profundidad de ese pozo de necesidad angustiosa: “Señor, si quieres…” Porque ¿sabes algo? Nadie quiere tocarme. Nadie quiere hacerme sentir vivo. Nadie se atreve a darme un abrazo, o, por lo menos, una sonrisa. Nadie, Señor. ¿Quieres hacerlo tú? El verso tres le dio la respuesta: “Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó…” Ese toque externo sanò lo interno del hombre. El caos de esa vida se transformó en una vida radiante y vibrante de gozo y alegría para ese ser humano. Jesus es especialista de transformar el caos en orden. Lo hizo con el leproso y lo hizo conmigo.
La Biblia es un libro de gentes en caos. Todas las historias de las personas que componen esa parafernalia humana de algunos que nos sirven como modelo de conducta, y otros que no fueron tan buenos pero que siempre nos dejan una enseñanza que nos ayudará a no cometer y repetir esas conductas.
La Biblia es tan perfecta que aun a las personas que fueron modelos de pasión y entrega no les ocultó sus faltas. Bendigo al Señor que yo no apareceré en sus páginas porque se darían cuenta de mi vida privada como vemos a los grandes héroes que ella menciona como sus paradigmas para las generaciones. Pero puedo identificarme con muchos de ellos. Si somos pragmáticos, vemos que tenemos un pedazo de cada uno de ellos dentro de nosotros.
¿Acaso Ruth tuvo una buena vida antes de conocer a Booz? Era moabita, perteneciente a una de las tribus bajo maldiciòn y con prohibición de entrar a la Tierra de Dios. Sin embargo su arrojo, determinación, valor y atrevimiento para romper su propio estatus quo como mujer la llevaron a ser madre de una dinastía real. Qué decir de su nieto David que tuvo un tropiezo bien grande que provocó dolor en varias vidas y que nos asusta pensar que podríamos hacer algo parecido, sin embargo Dios lo calificó como un hombre “conforme mi corazón”. Inexplicable pero cierto. O Sansón, el juguetón y coqueto juez de Israel que terminó ciego pero glorificando al Señor y el escritor de hebreos lo llama un hombre de alta fe.
Jefté, el cobarde que escondía el trigo por miedo a los madianitas. Pedro, el que negó a su Señor tres veces y luego fue nombrado pastor de su rebaño. ¿Como explicarse esos casos? Es que fueron vidas imperfectas, vidas en caos, vidas vividas en un torbellino de pasiones y conflictos que solo Jesus pudo ver lo que había dentro de ellas. Porque esa es la Maravilla de Dios: Èl ve los corazones, no las bajas pasiones. Porque dentro de usted, de mí y de muchos otros, palpita un corazón que arde en deseos de santidad, de entrega y servicio a nuestro Dios pero no podemos por nosotros mismos. He allí la necesidad de su Santo Espíritu. Del toque de la Mano sanadora y restauradora del Enviado del Padre para darnos vida y vida abundante.
Esta crisis nos está dejando sin toques, sin abrazos, sin ni siquiera darnos la mano. Todo es prohibido. Todo es riesgoso. Pero a Jesus nada lo contamina, y de èl podemos esperar no un abrazo solamente sino también el consuelo que necesitamos para sentirnos vivos.
SOLI DEO GLORIA