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viernes, abril 26, 2024

Un llamado a la iglesia ante la violencia social

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Por: Pastor Javier Domínguez – Iglesia Gracia Sobre Gracia

Ya no hay entre mi pueblo fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios.  2 Cunden, más bien, el perjurio y la mentira. Abundan el robo, el adulterio y el asesinato. Hay violencia en todas partes ¡Un homicidio sigue a otro! (Oseas 4:1b-2)

A través de este editorial quiero hablar sobre la naturaleza de la violencia en nuestro país, y las urgentes y necesarias intervenciones ante este mal que llena de dolor y muerte a los salvadoreños. Comenzaré describiendo la perspectiva bíblica, luego señalaré el punto de vista social, y por último mencionaré las principales y sorprendentes responsabilidades de la iglesia ante este fenómeno.

La violencia es la metástasis del cáncer llamado “no hay conocimiento de Dios”. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis hay una verdad que vemos de forma explícita en el libro de Oseas: cuando una sociedad menosprecia el conocimiento de Dios, abandona también su amor y fidelidad hacia Él, y al hacerlo se pierde la paz, la dignidad y el respeto entre sus miembros. La sentencia social para un pueblo que abandona a Dios es sufrir las perversiones humanas unos contra otros.

Todo acto de violencia, cualquiera que sea la justificación del agresor, implica el menosprecio a la dignidad humana, esto se debe a que cuando menospreciamos el conocimiento del Dios, de quién fuimos creados a imagen, automáticamente despreciamos la dignidad humana que proviene de esa semejanza. Vemos una clara evidencia de esta perversión es el primer acto de violencia familiar registrado en la Biblia: el asesinato de Caín contra Abel; quién por no temer a Dios no tuvo reparo en obrar con violencia contra la voluntad de su Creador y contra su creación. Hoy en día vemos lo mismo en nuestra sociedad salvadoreña: desconocimiento de Dios, infidelidad hacia Él y violencia contra los demás. El mismo patrón.

¿Cuál es el rol de las autoridades civiles en todo esto? Es interesante que, en el mismo libro de Oseas, una de las acusaciones de Dios contra Israel fue que sus autoridades, en lugar de accionarse contra la violencia de las pandillas que se levantaron en esa época, se alegraron con ellas. Dice Ose 7:1 “Cuando Yo quería sanar a Israel, se descubrió la iniquidad de Efraín Y las maldades de Samaria. Porque obran con engaño: El ladrón se mete por dentro, y la pandilla despoja por afuera, 2 y no se ponen a reflexionar… 3 Con su maldad deleitan al rey; con sus mentiras, a las autoridades”. Las autoridades no estorbaron la violencia de los abusadores y pandillas contra los ciudadanos de esa época, por lo que Dios los acusó de ser injustos y pervertir lo ordenado por Él en sus funciones. Dios los juzgó.

Parte de las responsabilidades del gobierno salvadoreño, según el orden de Dios, es juzgar, sentenciar y condenar a los que violentan la dignidad humana de hombres y mujeres, de los niños nacidos y no nacidos, pobres y ricos. Si nuestras autoridades no cumplen con esta función, no solo estarían traicionando a la Patria, sino que a su vez estarían pecando de desobediencia hacia Dios, considerando su no intervención, pasotismo e indiferencia a solucionar de raíz estos males sociales, como una afrenta flagrante a su Justicia y Santidad; lo cual podría traer la ira de Dios contra esta nación (Léase Romanos 1:18); si no es que ya se está manifestado. La demanda de un Dios santo a las autoridades de una nación es levantar la espada contra el malhechor, aunque este estuviera dentro de ellos mismos.

¿Cuál es la responsabilidad de la iglesia ante la violencia en general? la iglesia está llamada a tres cosas:

  1. A condenar

La iglesia debe ejercer su responsabilidad de ser la conciencia del pueblo salvadoreño en temas éticos y morales. Por tanto, en primer lugar, debe condenar públicamente todo acto de violencia contra la dignidad humana. Hacer un firme llamado para que se cumpla la ley y se reconozca la responsabilidad ordenada por Dios, que le corresponde al gobierno civil, de proteger, investigar y procesar a los violentos.

Además, la iglesia protestante debe condenar la doble moral del actual gobierno que mientras hace una adecuada y enérgica denuncia ante la violencia contra la dignidad de la mujer, a la vez apoyan la desvalorización de la dignidad humana a través de patrocinar al lobby LGTBI y pro-aborto; movimientos que en sí mismos son violentos y destruyen la dignidad de los seres humanos rebajándolos a simples animales evolucionados. Esta hipocresía política es parte de la causa sistémica de la actual violencia en nuestro país, y por tanto debe ser denunciada, tal como la historia de la iglesia protestante exige.

También la iglesia debe denunciar a los impulsadores de violencia culturalmente aceptados. Por ejemplo, el uso denigrante del cuerpo de las mujeres, niños y en algunos casos de hombres en publicidad y marketing; o el patrocinio que los padres hacen al comprarle juegos electrónicos a sus hijos de contenido explícitamente violento o sexual. ¿Cómo queremos que haya paz y salud mental si la familia salvadoreña compra los anti-valores culturales para su ocio y diversión?

2. A enseñar

La iglesia, dejando a un lado las modas actuales de predicación, debe regresar a predicar expositivamente el texto bíblico. Debe recuperar la enseñanza bíblica-teológica del evangelio en los púlpitos. Las modas cristianas, aunque pueden impactar las mentes no tienen el poder de transformar corazones; esto solo lo logra el evangelio de Jesucristo.

La iglesia debe recuperar y enseñar algunas doctrinas importantes actualmente olvidadas o desestimadas: la infabilidad de la Biblia, su perspicuidad, así como el complementarismo entre el hombre y la mujer, entre sus roles y funciones distintivas ordenadas por Dios dentro de una sociedad.

3. A orar

Debemos orar por nuestras autoridades, para que teman a Dios, se conviertan a Él y se humillen ante su Justicia y Santidad. Por los pastores, para que sean obreros que no tengan de qué avergonzarse, que tracen fielmente la Palabra de Verdad. Y por todos los creyentes, para que cumplan su ministerio de hablar el evangelio y lo muestren con su santa manera de vivir.

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