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miércoles, abril 24, 2024

¿Gracias por la traición?

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1 Cor. 12:23 “… el Señor Jesús, la noche en que fue entregado…después de dar gracias…”

¿Gracias por la traición? ¿Gracias por el golpe bajo? ¿Por el abuso sufrido en la niñez? ¿Se puede, en verdad dar gracias por todo el dolor, los insultos y vejámenes sufridos por otras personas, especialmente de quienes debieron amarnos?

Bueno, sin el Amor de Jesus en nuestros corazones es imposible.

La esposa que ha sido golpeada por el hombre abusador que prometió amarla hasta el fin y a los pocos kilómetros en el matrimonio empezó a golpearla no solo en el cuerpo pero también en el alma, que ha tenido hijos con ella y noches de pasión, noches de besos y arrumacos, y luego la golpea rebajándola a un simple objeto sexual, ¿se podrá dar gracias?

Atención: No estoy hablando de quedarse como si tal cosa. No equivoquemos el escenario. Estoy hablando de mantener un corazón sin rencores. Un corazón libre de toda contaminación de odio y amarguras. Porque lo que màs va a provocar verdadero dolor no son los golpes, no es la traición ni los insultos. Lo que verdaderamente va a doler es guardar rencor. Es permitir que la amargura y la ira se adueñen de nuestro ser interior.

Y eso es lo que sucede en muchas personas. Guardan en sus corazones todo el dolor y tristezas que les ocasionó la vida a través de personas que se prestaron para ser instrumentos de maldad en sus vidas. Con el tiempo se vuelcan hacia los instrumentos permitiendo que el rencor anidara en sus corazones y luego buscan quién se las paga, no quien se las debe como dice el dicho callejero. Los hijos sufren por la venganza. La pareja sufre. La familia sufre. Es que hay un herido en la casa.

Jesus nos da una cátedra de como manejar la traición. Todos conocemos la historia. Los hechos fueron dolorosos. Tener un amigo de confianza y recibir una puñalada trapera, comer con èl y luego esperar que hiciera lo que ya había dispuesto en las cavernas oscuras de su corazón: traicionar a su amigo. Traicionar a quien le dio un bocado de pan en la misma boca. Traicionar a quien solo bien le había hecho. Vender vilmente a quien hasta hace poco se humilló lavándole los sucios pies, aunque no pudo lavarle lo màs sucio aún: su corazón.

Eso le pasò a Josè, el hijo de Jacob. Lo humillaron. Lo vendieron. Lo abusaron. Pasò años en la càrcel por culpa de sus perversos hermanos. Su padre no lo buscò. Potifar lo encarcelò. El panadero lo olvidó. Este hombre fue un dechado de traiciones y dolores causados por las personas que debieron protegerlo, amarlo y cuidarlo. Pero no. Tomaron un camino diferente de celos y envidias y lo hicieron transitar por una vida llena de dolores y frustraciones.

Pero un dìa. Ah, un dìa. Siempre hay un dìa mis amados lectores. Siempre, en la vida, habrá un dìa en que aquellos que nos ofendieron y nos humillaron se cruzarán en una calle en donde el semáforo se ponga en rojo y no habrá màs remedio que juntarnos en esa esquina. Y tendremos que vernos a los ojos. Y tendremos que tomar una decisión. O los ignoramos o los saludamos. O mostramos una mueca de odio y rencor o una sonrisa brillante de comprensión y amistad.

Un dìa usted se reunirá con su “ex” para decidir el futuro de su hijo. Un dìa, en una cama de hospital nos llegará una visita que no esperábamos nunca volver a ver. O en un velorio encontraremos a “esa persona” que nos dejó tirados en el camino de la vida sin importarle qué había sido de nosotros.

A Josè y sus hermanos les llegó ese dìa. Nunca se imaginaron que el encargado del gobierno para dar de comer a los hambrientos era su hermanito. Josè nunca se imaginó que el hambre lo iba a poner frente a ellos. Llegó el dìa de hacer una de dos cosas: O dejarlos morir de hambre o darles de comer. ¿Qué hizo Jesus? Dio de comer. ¿Qué hizo Josè? Darles de comer. ¿Qué haría usted? He allí el quid de la cuestión.

Ahora que las cosas han cambiado. Ahora que usted tiene un buen trabajo. Ahora que se graduó con honores y llegó el padre que la dejó tirada desde niña y quiere tomarse una foto con usted. Ahora que usted está en la cima y llega “aquella” que lo dejó en el fango del dolor a reclamar lo que no es de ella.

¿Cuál va a ser su respuesta? Si usted ha conocido a Josè y a Jesus, no tendrá màs remedio que dar la mano, sonreír, bendecir y seguir libre su camino hacia la bendición de Dios.

SOLI DEO GLORIA

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