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sábado, abril 27, 2024

Vigilando al hombre malo

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Por: Mario Vega | Pastor General de Misión Cristiana Elim

Dios creó al hombre bueno, pero este se desvió por el camino del vicio. Su naturaleza se corrompió y sus intenciones fueron de continuo solamente al mal. El dictamen sobre la naturaleza humana, en palabras del apóstol Pablo, es: “No hay justo, ni aun uno […], todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12). El hombre no es confiable, aun aquellos que se muestran corteses y educados son capaces de cualquier cosa. La historia está llena de múltiples ejemplos de personas que se consideraban honestas pero que, ante ciertas circunstancias, cambiaron de manera insospechada. Es de sabios no ser excesivamente confiados ni ingenuos, es mejor tomar las medidas de precaución que nos protejan del mal que anida en cada persona. Allí reside la importancia de los controles ciudadanos para quienes ostentan el poder.

La democracia no es un modelo perfecto de organización social, pero ha recogido las experiencias de siglos de historia humana y se muestra como el sistema más viable de convivencia. Esto concuerda con el dictamen bíblico sobre la naturaleza humana. Si el hombre no es confiable, porque no es bueno, debe permanecer bajo atenta vigilancia. Para evitar que un liderazgo político se vuelva despótico o autoritario es una responsabilidad cristiana el proteger y fortalecer los límites, controles y equilibrios de la democracia y animar a los funcionarios a adoptar una actitud humilde y civilizada. Por supuesto que a esos llamados muy pocas veces responden los gobernantes, precisamente porque no hay ni un solo justo; por eso se necesita fortalecer los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. Siendo la criatura humana lo que es, resulta una completa insensatez entregarle un cheque en blanco. Eso no solo es una amenaza para la democracia y el bien común, sino que también entraña un peligro teológico para la sanidad espiritual de los creyentes.

La persona que actúa con honestidad y honradez no teme el ser fiscalizada, rendir cuentas, ofrecer información, recibir continuas auditorías y brindar las memorias de trabajo que se le soliciten. Hasta el santo necesita límites y controles. Todo santo, por serlo, se someterá con gusto a ellos. Pero cuando se produce un irrespeto al estado de derecho, a la legalidad, a la igual importancia que deben tener las tres ramas del gobierno, nos encontramos no solo con una evidente falta a los valores de civilidad y democracia sino también con una amenaza espiritual.

Descuidar la ética del servicio público y la rendición de cuentas, en favor del reconocimiento personal y la ganancia caracterizada por una arrogancia ofensiva, no es solo una cuestión electoral sino un problema profundo de idolatría política. En ese punto, se ha pasado a un conflicto en el que chocan los valores del Evangelio y las nociones de autoridad falsas, ilegales e inconstitucionales. Llegados a este punto, se hace necesario reflexionar maduramente, arrepentirse y volver a los valores de la fe que establecen el ejercicio del poder como una actividad de servicio, especialmente a los más vulnerables. El liderazgo genuino es de servidumbre, no de dominación. Es de paciencia y bondad, no de impulsividad e intolerancia. Solo quienes tomen el camino del servicio podrán ser recordados, con los años, como bienhechores. Los demás, terminarán en las sombras; sin que haya muchos que deseen recordarlos, a menos que sea como ejemplos de lo malo.

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