Por: Mario Vega / Pastor General de Misión Cristiana Elim
El Salvador terminó el año 2020 con un promedio de 20 homicidios por cada 100,000 habitantes. Es decir, el doble de la cantidad que la Organización Mundial de la Salud establece como indicador para declarar una epidemia de violencia.
La situación es grave, pero viniendo de épocas peores la percepción que las personas han construido es que las cosas han mejorado. La actual distensión que para nuestra sociedad representa un alivio, para cualquier otra sería una tragedia escandalosa. De allí la importancia de insistir en la prevención de la violencia como única vía razonable y probada para salir de la tragedia que nos embarga.
La misma OMS ofrece un enfoque de salud pública de cuatro pasos para prevenir la violencia. Esos pasos son: definir el problema, identificar causas y factores de riesgo, diseñar y evaluar intervenciones, incrementar en escala las intervenciones que resultan efectivas.
En cuanto a la definición del problema, hace ya décadas que en nuestro país se ha trabajado en la tipificación clara de las características genéricas y diferenciales de la violencia. Siguiendo el enfoque epidemiológico se ha concluido que la violencia es un mecanismo de defensa contra la humillación cuando se carece de las herramientas para defenderse de otra manera. Toda violencia es un intento de reemplazar la humillación por autoestima. Esto nos lleva de inmediato al segundo paso que es el de la identificación de las causas y factores de riesgo. La marginación y la desigualdad se llevan la corona entre las causas y resultan ser factores de riesgo el abuso, la negligencia, el machismo, la amplia circulación de armas, el consumo de alcohol y drogas, las normas culturales que apoyan la violencia, la falta de oportunidades para la educación, viviendas precarias, sistema de salud ineficiente y el desempleo. Mientras no se desarrollen políticas públicas de gran escala para resolver estos problemas estructurales las raíces de la violencia continuarán intactas. Cualquier distensión es solamente circunstancial y no la solución de las causas que llevan a niños y jóvenes a volverse fieros militantes de los grupos delictivos.
El tercer paso es el diseño y evaluación de las intervenciones. Por ser ellas políticas públicas solamente pueden ser elaboradas y avaladas con la participación propositiva y dialogante de los sectores sociales que participaran en su ejecución. La violencia es un problema social, en consecuencia, atañe a la sociedad en sus diversas expresiones comunitarias la tarea de identificar la priorización de las intervenciones. Nadie tiene mejor conocimiento de las cosas que las mismas comunidades afectadas y, por tanto, nadie mejor calificado para evaluar los resultados.
Finalmente, el cuarto paso, es el incremento de las intervenciones que muestran efectividad. El tema de la prevención de la violencia demanda una inversión social considerable. Pero si se efectúa una focalización en sectores o municipios con altos índices violentos se puede desarrollar una política más eficiente con menos recursos.
Estos son los cuatro pasos básicos que han seguido aquellas comunidades o países que lograron reducir de manera significativa y duradera sus problemas de violencia, un camino que todavía no se ha iniciado en nuestro país y que sería la única garantía de que las raíces de la violencia comenzarán a ser desmontadas. Mientras eso no ocurra, todo lo demás será una ilusión temporal que solamente los muy crédulos se animan a aceptar.