Emily Dickinson expresó: “No sé de nada en el mundo que tenga tanto poder como
una palabra. A veces escribo una, y la miró hasta que comienza a brillar”. Por ello
debemos tener cuidado de lo que decimos, podemos llegar a causar heridas tan
profundas que lleguen a deteriorar completamente una relación o denigrar a una
persona. Pero que alegría saber que en nuestras palabras Dios nos ha concedido la
oportunidad de restaurar, consolar, aliviar y traer salud a un espíritu abatido. Y tú
¿hieres con tus palabras o traes sanidad? Habla con Sabiduría en Acción.