Por: Mario Vega | Pastor General de Misión Cristiana Elim
En el campo de la diplomacia los signos y las formas dicen mucho. De allí que la visita que la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, planea hacer a México y Guatemala sea más un mensaje simbólico que la intención anunciada de dialogar con las autoridades de esos países sobre la manera de enfrentar las causas de la migración. El tema es muy amplio y en una visita protocolaria no puede más que hablarse de generalidades, pero diplomáticamente es un signo elocuente del nuevo enfoque que la administración Biden desea dar al asunto migratorio. En contraste con la administración Trump, su aproximación se enfoca en las causas de la migración antes de en los síntomas, lo cual, es importante porque es el acercamiento más integral que se puede hacer del asunto.
En el caso salvadoreño, la migración no solo es multicausal sino también evolutiva. La ola de los años ochenta fue motivada principalmente por la guerra y sus secuelas. La de los años dos mil fueron impulsadas por los desastres naturales, principalmente los terremotos y los huracanes. En la actualidad la migración es provocada por la pobreza, la inseguridad y el deseo de reunificar las familias que las olas anteriores separaron. De allí que a partir de 2004 la migración de menores se haya incrementado dramáticamente. El fenómeno expresa de manera general la desesperanza de la población de que las cosas vayan a mejorar y su preferencia en buscar en el extranjero la oportunidad para salir de la pobreza o salvar la vida de la violencia homicida.
El primer paso para afrontar un problema es reconocer que existe. La dificultad en este punto no es la falta de información sino más bien de voluntad. Las migraciones son la evidencia de que las necesidades más profundas e históricas de la población como son el empleo, la seguridad, la salud, la vivienda y el agua no están siendo satisfechas. Cerrar los ojos a esa realidad es cerrar los ojos al ser humano. Cosa que otros pueden hacer a conveniencia, pero no las iglesias para no ser semejantes al sacerdote y al levita de la Parábola del Buen Samaritano que voltearon para no ver la hiriente realidad. Como Jesús, los creyentes deben caminar para conocer la verdad que se vive en El Salvador profundo. Allí hay muchas oportunidades para mostrar empatía, compasión y solidaridad.
Puede pensarse que el tema de las migraciones es gigantesco como para que los cristianos tengan un rol que jugar, pero la solución no solo pasa por el crecimiento económico sino también por todo aquello que mejora la calidad de vida de las personas. Allí es donde entra la participación ciudadana, pues no puede construirse un entorno de garantía al respeto de los derechos humanos si la sociedad no se involucra en su construcción. Todos construimos una sociedad incluyente o excluyente. Las acciones personales y comunitarias pesan mucho más de lo que imaginamos. Al igual que en el campo diplomático lo simbólico cuenta, en el terreno de la fe lo simbólico también cuenta y suma mucho. Los creyentes pueden contribuir a la construcción de un entorno seguro y tierno para los niños que han perdido su soporte social debido a que sus padres migraron con anterioridad. El apoyo que reciban para desarrollar arraigo puede marcar una diferencia, sobre todo si se suma el esfuerzo de todos aquellos que en el país manifiestan ser seguidores de Jesús