Proverbios 17:17 “En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia”
La amistad, la amistad verdadera, mis amigos, se está perdiendo.
Las redes, el internet y sus complicadas Apps está echando a perder la verdadera amistad. Bueno, hay amistades los viernes por la noche, son amistades de juerga, de cervezas y de drogas. Hay amistades que pervierten, que tuercen las vidas de aquellos que las buscan. Hay amistades que no nos dejan nada bueno, al contrario, son amigos que chupan la sangre, que vampirizan a sus víctimas y los dejan más vacíos que una pila sin agua.
Y eso se ha colado en la Iglesia.
Reuniones de jóvenes en donde planean qué hacer al salir del Templo. Hombres y mujeres que, después de supuestamente recibir una prédica de la Palabra del Señor se alejan con sus amigas y amigos a pervertir sus almas. Bueno, respeto sus opiniones al creer que eso es tener amigos. Otros dicen que “tienen” varios cientos de seguidores. Pero nunca han hablado con ellos. Los siguen personas anónimas, personas sin rostro, sin calor humano ni mucho menos.
En el Evangelio se nos enseña a cultivar buenas amistades. Tener amigos es indispensable, pero amigos de los buenos. Son aquellos que comparten nuestros sueños, nuestros proyectos y que nos ayudan a alcanzarlos. Ya sea con oración, con intercesión e incluso, con una buena dosis de apoyo material.
Los amigos, según la Biblia, son necesario para nuestro crecimiento espiritual. Porque sus oídos escuchan confesiones que muchas veces ni a la pareja se le cuentan, no por maldad, sino por la famosa comprensión que se necesita para poder hablar. Se trata de amistad sincera, de madurez para comprender nuestros fallos y nuestros pecados sin que nos condenen.
Jesus lo dijo: “ya no les llamaré mis discípulos, les llamaré mis amigos”. Y si Jesus fue capaz de decirle eso a sus seguidores, es porque también nosotros podemos tener ese hermoso gesto con alguien a quien consideremos amigo.
En las historias bíblica hay una que me inspira para este escrito. Se trata de un paralítico que unos amigos, un día que escuchan que Jesus anda por allí cerca, lo ponen en una camilla, lo cargan entre los cuatro y empiezan un periplo emocionante para lograr que su amigo pueda recibir un milagro de Jesus. Llegan a la casa donde se encuentra el Maestro pero resulta que está llena a rebozar y no hay manera de poder entrar. Se sientan al lado del paralítico para preparar el plan “b”. Se ponen en marcha y se suben al techo. Lo rompen, algo inaudito e inédito que no sabemos como se les ocurrió hacerlo. Pero lo hacen. Luego atan la camilla con sus cintos y lo empiezan a bajar lentamente en el centro del cuarto. El hombre va peligrando de caerse y terminar peor todavía.
Pero lo logran. Lo colocan frente a Jesus y se hace el milagro. ¿Era la fe del paralítico o la fe de sus cuatro amigos? La Palabra lo define claramente: “Al ver Jesus la fe de ellos…” Jesus vio la fe de los amigos, no la del paralítico. La fe de los amigos fue la que impresionó al Maestro.
Si a usted le falta fe, pero necesita el poder sanador de Cristo, tal vez pueda apoyarse en la fe de un amigo. Este es el tipo de fe que Jesus vio en ellos. Si nació paralítico o quedó paralítico, no lo sabemos, pero el resultado fue el mismo: Una dependencia total en otras personas. Alguien tenía que lavarle la cara y bañarlo. No podía limpiarse la nariz ni salir a caminar. No podía tomar un baño de sol. Necesitaba a alguien que lo ayudara. Y los tenía. Tenía cuatro amigos que lo cuidaban.
Cuando la gente lo miraba, no veían al hombre, veían un cuerpo que necesitaba un milagro. Y, sin duda, era lo que sus amigos veían. Así que hicieron lo que cualquiera de nosotros haría por un amigo. Trataron de conseguirle algo de ayuda. Trataron por todos los medios de cambiarle la vida a su amigo, así tuvieran que hacer el ridículo de romper un techo. Hay amigos que saben como romper el techo del cielo para lograr un milagro en la vida de un amigo.
¿Tiene usted amigos o es un lobo solitario? Si es así, se está perdiendo la bella oportunidad de compartir una buena plática, una buena carcajada o un hermoso milagro de sanidad.