Lo hemos dicho en varios artículos, citas y – ¡cómo no! – en las redes sociales, reaccionando a lo que hoy se llama “posteos” de esos medios de contacto y de información: la palabra tiene un poder que va más allá de la lógica o de la razón.
Y esto es lo que ha traído consecuencias, casi trágicas, al escritor Salman Rushdie cuando un extremista lo atacó con 10 puñaladas, que obligaron a Rushdie a permanecer en una sala de urgencia y conectado a un respirador, en la ciudad de Nueva York.
Pero, ¿quién es este escritor y con tal poder en la palabra? Salman Rushdie, nació en Bombay, India, el19 de junio de 1947. Es un escritor y ensayista británico-estadounidense de origen indio, cuyas dos novelas más famosas son “Hijos de la medianoche”(Midnight’s Children, 1981) y “Los versos satánicos”(The Satanic Verses, 1988). Su estilo ha sido comparado con el realismo mágico hispanoamericano, y la mayor parte de sus obras de ficción han suscitado varias polémicas por su crítica a las diferentes ideologías políticas y sociales. Su obra, que combina el realismo mágico con la ficción histórica, se ocupa principalmente de las numerosas conexiones, interrupciones y migraciones entre las civilizaciones orientales y occidentales, y gran parte de su ficción se desarrolla en el subcontinente indio.
Rushdie había estado viviendo bajo la amenaza de un intento de asesinato desde 1989, unos seis meses después de la publicación de su novela “The Satanic Verses”. El libro ficcionó partes de la vida del profeta Mahoma con representaciones que ofendieron a algunos musulmanes que creían que la novela era una blasfemia. El ayatolá Ruhollah homeini, quien dirigió Irán después de la revolución de 1979, emitió un edicto conocido como fatua el 14 de febrero de 1989. Ordenaba a los musulmanes que mataran a Rushdie.
Y parece que tal dicto sigue en efecto, por lo que sabemos hasta ahora y por la razón que su atacante se sintió que debía llevar a cabo su intento de asesinato.
Nosotros pensamos que las religiones -todas ellas- son dignas de respeto, porque a fin de cuenta, se asientan en aquella parte subjetiva que llamamos alma o espíritu y a la cual se llega por el tránsito de la fe.
Es por eso que la novela de Dan Brown “El código de Dan Vinci” provocó tanto escándalo en las diversas ramas del cristianismo y en sus voceros más reconocidos por los adherentes de tal religión.
Y, volvemos al titulo de esta columna: nos encontramos aquí con el poder de la palabra, una vez más. Porque es por ella, por la palabra, que nos conectamos con argumentos y tramas que pueden halagarnos o provocar sentimientos de odio. ¿No lo vemos en la obra de los dramaturgos, cuando las representaciones teatrales logran sacar lo más íntimo de nuestras emociones ante declaraciones de amor o de pasión que nos transportan en el tiempo a nuestras propias realidades que logramos ocultar? ¿O también pueden las mismas obras, en otros segmentos hacernos apretar los manos llevados por sentimientos de ira, de frustración y hasta de odio, cuando el autor toca esa otra parte de nuestro ser, aquella que reservamos y ocultamos hasta cuando sea necesario revelar?
Alguien, hace unos dos mil años, declaró que su palabra no era de él sino de aquel que le había enviado. Algunos le creyeron, pero otros no y querían matarlo, sin entender que el poder de la palabra sigue teniendo efecto, y que va más allá de límites temporales.