Mateo 8:28-29 “Cuando llegó al otro lado, a la tierra de los gadarenos, le salieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, violentos en extremo, de manera que nadie podía pasar por aquel camino. Y gritaron, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios?”
Si usted es muy susceptible de sentirse ofendido porque hay preguntas en la Biblia que le incomodan, es mejor que no siga leyendo este escrito. Aunque debo advertirle que no importa en el idioma que la lea, siempre encontrará la famosa pregunta de la que hablaremos en estas líneas.
Esto también va para los líderes, pastores y hermanos en Cristo.
No es un secreto que muchos de nosotros buscamos la aprobación social. No podemos evitar querer de alguna manera que nos aplaudan, que nos hagan sentir bien, que nos acepten y que seamos, como decimos en Guatemala: ser el chinchín de la fiesta. No es pecado por supuesto. Es solo que eso no es lo que le gusta a Jesús para sus hijos. Suficiente honor tenemos ya con ser llamados hijos de Dios por el puro afecto de su Voluntad. Pero así somos los seres humanos. Y muchas veces seremos avergonzados y humillados por andar metidos donde no nos llaman. Solo Jesús puede ir a ciertos lugares sin ensuciarse las plantas de sus Pies si se puede hablar así. Solo Él tiene el poder de no contaminarse con las cosas feas de nosotros los seres humanos.
Tengo que mencionar que actualmente los evangélicos hemos perdido el sentido de pertenencia. Es por eso que muchos líderes que predican santidad desde sus púlpitos, en sus vidas privadas y sociales no viven ese principio. Nos hemos dejado llevar por la corriente de los ríos que van al mar como dice Eclesiastés. Y muchas veces salimos perdiendo, o mejor dicho, siempre saldremos perdiendo.
Porque lo creamos o no, vivimos en dos mundos. El físico, en donde se come, se respira y se vive en compañía de muchas personas. Y el espiritual. En este estadio las cosas cambian. El problema es la teología que nos ha hecho creer que no hay un mundo espiritual en donde se mueven las huestes espirituales de maldad. Es cierto -dicen algunos-, que Pablo habla hasta el cansancio de esas criaturas, pero a estas alturas de tener diplomados en Biblia, Doctorados y Maestrías, ya no es congruente creer en esas mentiras del Diablo del siglo pasado. Eso fue para los inicios del evangelio. Creer en demonios en estos tiempos de la IA ya es absurdo. No seamos infantiles por favor pastor Berges. Crezcamos un poco más. Pablo habló de esos mundos pero fue en su tiempo. Eso ya no es para nosotros.
Pues no. Permítanme explicarme…
Jesus llega a Gadara. Un territorio en donde la Palabra de Dios en aquellos tiempos había sido exiliada. Sus habitantes ya no practicaban lo que ordenaba la Ley de Dios. Tenían sus propias leyes. Sus mandamientos eran puramente sociales. Lejos de los mandamientos de la Ley de Dios, ellos habían tomado su destino en sus manos. Y eso es lo que sucede cuando nos alejamos de la Palabra de Dios. Caemos en ese síndrome de no rendirle cuentas a nadie. Somos independientes. Ya no obedecemos autoridad alguna. Por lo tanto, si nos gusta criar cerdos, nadie tiene nada que decirnos. Así queremos y así somos.
El problema fue que sin darse cuenta, su territorio estaba siendo dominado y gobernado por huestes infernales. Los demonios habían hecho allí su lugar preferido. Los habitantes ni cuenta se dieron cuando esas criaturas de adueñaron de su ciudad. Empezaron a vivir dentro de algunos de ellos. Los dominaron y llenaron sus vidas con su sucia presencia.
Y aparece Jesús. Y aquí es donde está la famosa pregunta que va a incomodar a algunos. Los demonios, al verlo, le salen al encuentro y le preguntan: ¿Qué haces en este lugar, Jesús? Tú no perteneces a este entorno. Este territorio es nuestro. Ya sabes que no permitimos que nadie pase sin nuestro permiso. ¿Acaso has venido a estorbarnos? ¿No ves a estos dos hombres, como están bajo nuestra influencia, y no solo ellos pero también sus paisanos? ¿A que has venido aquí, Jesus? Usted conoce el resto.
Y eso es lo que sucede cuando usted o yo queremos reunirnos en ciertos grupos en donde la Palabra de Dios ha sido desechada. En ciertos grupos en donde se habla de todo, menos de la Palabra del Señor que nos guía a toda verdad. Si usted o yo nos atrevemos a reunirnos con ciertas personas que no obedecen al Señor, que no lo honran, que no viven en santidad, lo lógico es que digan: ¿Y este que hace aquí? ¿Quien lo invitó a venir? ¿Quien lo dejó entrar a esta reunión? ¿A que ha venido?
¿Ha escuchado alguna vez que digan de usted algo así? Pues le cuento: Yo sí lo he escuchado. Y he tenido que salir avergonzado. Todo por meterme en donde no me llaman. En territorio prohibido para mi. Y he aprendido mi lección. Yo no soy Jesús.