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sábado, abril 26, 2025

El pleito no es con usted, pero…

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Éxodo 12:12 “…y ejecutaré juicios contra todos los dioses de Egipto. Yo, el SEÑOR”

Adoraban a los animales como si fueran dioses. Les habían atribuido poderes espurios que solo ellos, los egipcios, creían que tenían a su favor. Los cocodrilos eran los dioses de la fuerza y la paciencia. Las langostas eran los dioses de la transformación. Las ranas y los sapos eran los dioses de la sabiduría. El perro era el dios de la noche. El Nilo era el dios de la prosperidad y la abundancia. Por último su dios más importante era su primogénito. Para qué seguir. Ellos, los egipcios, se habían hecho, como los griegos, altares a sus dioses que en su teología eran quienes gobernaban la vida de sus adoradores.

Un detalle muy importante a considerar, es que para los idólatras de aquellos tiempos, estaban convencidos que sus dioses nunca se metían en sus asuntos. Estaban allí para ser adorados, pero no tenían nada que ver con sus vidas privadas o públicas. Cuando necesitaban un favor de sus dioses, les ofrecían sacrificios, incienso y oblaciones para obligarlos a hacerles el favor que ellos necesitaban. De esa manera, alimentaban al dios cocodrilo con la vida de los niños que lanzaban vivos al Nilo. El escarabajo era el dios de la luz y las tinieblas, por lo tanto, les ofrecían sacrificios con velas aromáticas.  ¿Le suena algo parecido con nuestro tiempo con eso de la aromaterapia?

En Caldea se había levantado un pensamiento que había inundado toda la cultura de su época: “Los dioses están arriba en el cielo y los hombres en la tierra”. Eso quería decir: Los dioses que se encarguen de sus asuntos en el cielo y nosotros nos encargaremos de nuestros asuntos aquí en la tierra. Allí radicaba la idea que los dioses se mantenían peleando por la primacía allá arriba. La pelea era entre ellos y nada tenían que ver con la vida de los hombres, a menos que éstos necesitaran algún milagro.

Esa idea llegó a oídos de los egipcios. Es por eso que para ellos, Faraón era un dios. Había que ofrecerle pleitesía en su presencia, humillarse ante él y respetar sus instrucciones, nunca verlo a los ojos y callar ante sus palabras.

Y, de pronto, dos ciudadanos de su pueblo se le aparecen diciendo que Jehová Dios le ordena que deje salir a su pueblo -los hebreos-, de la esclavitud hacia la libertad. ¿Jehová Dios? ¿Y quien es Jehová Dios? Yo nunca he escuchado ese Nombre. Ni se quien es ni quiero saberlo. Aquí el único dios que existe soy yo.  Nuevamente la pregunta: ¿Habrá usted escuchado en boca de algunos hombres esa frase?

Así las cosas, El Señor, nuestro Dios, toma una decisión para doblegar la voluntad rebelde de este hombre. Su adoración a dioses falsos, le ha adormecido tanto el sentido, que no calcula los riesgos de estorbar los planes del Dios desconocido. Como él sabía que los dioses de su tierra nunca se metían en la vida de los hombres en la tierra, pensó que el Dios de los hebreos era igual, que no tenía nada que ver con sus súbditos. Craso error. Ignorar que el Verdadero y Único Dios es Señor del cielo y la tierra, es bastante arriesgado. Nos metemos en graves problemas cuando creemos que nuestro Señor no tiene nada que ver con lo que hacemos. Y allí empieza el periplo egipcio de las plagas.

¿En donde está la sentencia? Éxodo 12:12 nos lo dice claramente. Antes de celebrar la primera pascua, Dios le dice a Moisés que prepare al pueblo porque esa noche Él, el Señor, hará prodigios entre el pueblo de Egipto y en especial, en la vida de Faraón. Ya desde antes, el Señor había demostrado su Poder haciendo que los animales que los egipcios adoraban, se convirtieran en plagas molestas y dañinas. Pero Faraón no obedeció. No hay problema. Dios nunca ha perdido una batalla. Esa noche, Dios tocará al último de sus dioses falsos: sus primogénitos.

Y ya sabemos el resto. La batalla para dejar en libertad al pueblo hebreo la ganó quien nunca ha perdido una sola: El Dios Todopoderoso.

Entonces, la lección aquí es: La batalla no es contra los egipcios. La batalla no era contra Faraón. Faraón no era rival digno de que Dios peleara contra él. Bastaba un soplo para terminar con la vida de este rebelde. La batalla era contra los dioses que ellos se habían fabricado. El problema que Dios enfrentó en Egipto era contra sus dioses falsos, mentirosos y subyugantes. Al igual que hoy, tenemos que tener cuidado de no hacernos dioses falsos que suplanten la fe y la confianza que debemos tener solo en nuestro Dios. Dios no tolera que sus hijos tengan otro dios delante de Él. Eso dice el mandamiento y hay que obedecerlo.

No importa si su dios es el perro, el gato, la esposa, el trabajo, el esposo o su ministerio. Al Señor no le agrada que tengamos ningún objeto ni persona en quien pongamos nuestra confianza, excepto en él y solo en él. Es por eso que sabemos que para Dios no hay problema dejarnos sin nuestro “Nilo” que es nuestro proveedor. Sufriremos las consecuencias de quedarnos sin empleo o sin ministerio si éste ha llegado a ser el dios que nos provee. Cuidado con eso queridos.

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