Por: Mario Vega / Pastor General Misión Cristiana Elim
Mi concentración en el tema de la violencia social comenzó en el año de 2003, cuando leí el libro “Conviviendo en la orilla”, publicado por FLACSO Programa El Salvador. Resumido en una frase, el libro expone estudios realizados en comunidades marginales del Gran San Salvador y que, como resultado, concluye en el reconocimiento de que existe una interrelación simbiótica entre exclusión y violencia. Desde ese libro me quedó muy claro que los temas de exclusión, pobreza y violencia están íntimamente ligados. No obstante, persistía la pregunta de por qué no en todos los ambientes pobres hay eclosión de la violencia. ¿Por qué a veces sí y a veces no? La respuesta no llegaría sino un tiempo después al tener conocimiento de los trabajos del doctor James Gilligan con su atinado enfoque epidemiológico. Él identifica el patógeno, los vectores y los factores de riesgo de la violencia.
Al patógeno lo llama “humillación abrumadora” y es un sentimiento de inadecuación profunda cuyo control escapa a la persona. Los vectores son los medios por los cuales la violencia se propaga, en nuestro caso, las pandillas mismas y el sistema de centros penales. Los factores de riesgo son los que propician el surgimiento de la violencia: el abuso infantil, la circulación de armas, drogas y alcohol, entre otros. La importancia de comprender los elementos que propician las conductas violentas es que nos permite identificar la raíz del problema para, luego, tomar acciones para remediarlo. Los aspectos que he mencionado son solo ilustrativos. La caracterización de la patología es más amplia, pero, basta lo mencionado para reconocer que los elementos que provocan la violencia son casi omnipresentes y, además, crónicos en la realidad salvadoreña. Por tanto, solamente pueden ser superados por medio de la implementación de políticas públicas coherentes, inclusivas, focalizadas, continuadas e integrales.
Precisamente la clase de acciones que no vemos que estén ocurriendo en la actualidad. Por el contrario, se insiste en el método ya experimentado de creer que la violencia se resolverá únicamente con represión. Método que ha mostrado su ineficacia desde hace dos décadas. No se niega la necesidad de la persecución del delito, que debe hacerse en el marco de la ley y del respeto a los derechos humanos. Pero el hacer depender la seguridad ciudadana exclusivamente de elementos represivos es no haber comprendido el fenómeno y delata la ausencia de una teoría de la violencia apropiada que sirva de marco de acción.
Por el contrario, es seguir como idea rectora la opinión popular que se basa en la tradición cultural vengativa de nuestro país. Si las cosas se hacen por desconocimiento, a estas alturas, es sumamente grave; después de que por años se ha indicado el camino hasta hoy nunca andado para el desmontaje de las raíces de la violencia. Si se hace por cálculo electoral, es no solo grave sino también perverso, pues, se trata de la utilización de la sangre de los pobres para el alcance de las metas electorales.
Mi, ahora viejo libro, “Conviviendo en la orilla” continúa allí, para quien quiera leerlo, atestiguando agudamente que existe una interrelación entre pobreza, exclusión y violencia. No es posible resolver el problema de la violencia dejando intactos los de la pobreza y la exclusión. Mientras no se haga un abordaje integral de la problemática, solamente se estará dilatando la salida a esta espiral violenta que continúa sembrando venganzas y odios entre salvadoreños