Por: Mario Vega / Pastor General Misión Cristiana Elim
Los funerales más tristes son los que se hacen para las víctimas del nuevo coronavirus. Los familiares deben comprar el ataúd, pero no recibirán el cuerpo de su ser querido, tampoco podrán velarlo. No es posible realizar un servicio religioso ni escoger el lugar donde será sepultado. La familia no puede estar presente. No hay espacio para las despedidas ni para llorarlo ni para recibir consuelo de otros. Son los funerales más tristes de la pandemia. Detrás de cada deceso se encuentra un rostro, un nombre, una historia, una familia. Son muertes injustas, muertes que no debieron ocurrir. Frente a esta fatalidad y las otras desgracias de la pandemia uno se pregunta: ¿Por qué Dios lo permite? ¿Por qué Dios calla? ¿Es un castigo? ¿Adónde está Dios?
Las Escrituras revelan a Dios como un padre amoroso y bueno. Su propósito para el ser humano es de bien y no de mal. Si estas cosas ocurren es por la entrada del pecado en el universo. Por el pecado vino la muerte, muerte en diversas expresiones y formas. Pero Dios no se quedó sólo con una verdad declarada, él mostró su voluntad de redención al encarnarse en su Hijo. El escándalo de la Encarnación es la mayor muestra del interés de Dios por redimirnos del mal y del sufrimiento. Por la Encarnación Dios no solo se reveló, sino que se hizo cercano, se hizo uno de nosotros. Pero no cualquiera de nosotros, sino que se hizo un hambriento, un sediento, un preso, un enfermo. Él vino para compartir la pobreza y la muerte de su criatura. En su identificación con los vulnerables y los que sufren, llegó a afirmar que el que da de comer al hambriento a él le da, quien da de beber al sediento a él le da, quien va al preso a él va, quien visita al enfermo a él le visita. Esa verdad teologal ilumina la vida y da fuerza y consuelo en los momentos difíciles.
¿Adónde está Dios en medio de la pandemia? Está, en primer lugar, en las víctimas directas o indirectas del coronavirus. Pero también está en los médicos y las enfermeras que se desviven por aliviarlos. Está en los científicos que trabajan por encontrar una vacuna y un antiviral efectivo. Está también en los pequeños gestos de compasión, en la libra de frijoles y en el frasco de aceite que se comparte. Dios está en los que infunden esperanza y oran por los demás. La pandemia puede ayudarnos a encontrar a Dios donde menos lo esperamos, en quien menos lo imaginamos.
Él nos invita a la conversión. En lugar de demandar que él termine con la pandemia de inmediato y nos sirva como a señores la salud y la tranquilidad, debemos sentirnos llamados a ser parte de la redención. Nos invita a descubrirlo y a servirlo en los pequeños de la tierra. En eso consiste la fe, para eso sirve el cristianismo. Es la manera en que crecemos y llegamos a ser más humanos; al punto de descubrir humanidad en el otro, en el vecino, en quien opina diferente. Descubrimos humanidad en Jesús, por cuanto éste es un sendero por el que Él ya transitó y nos lleva la delantera. Él también fue sepultado abandonado de sus discípulos, sin tiempo para preparar su cuerpo, sin ceremonias y en un sepulcro prestado. Fue un funeral muy triste también. ¿Adónde está Dios? En el mismo lugar de siempre, esperando a que entendamos que lo que hagamos por un necesitado a él lo haremos.